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domingo, 17 de julio de 2011

El Libro perdido de Enki hasta la página 20. Está todo el libro publicado pero en Bloques de 20 páginas por su tamaño, revisen aquí mismo en la columna derecha "Archivos del Blog" Julio de 2011

EL LIBRO PERDIDO
DE ENKI
MEMORIAS Y PROFECÍAS DE UN DIOS EXTRATERRESTRE
ZECHARIA SITCHIN
Este libro fue pasado a formato digital para facilitar la difusión, y con el propósito de
que así como usted lo recibió lo pueda hacer llegar a alguien más.
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Colección Crónicas de la Tierra - El libro perdido de Enki: Memorias y profecías de un dios extraterrestre
Título original: The Lost Book of Enki: Memoirs and Prophecies of on Extraterrestrial God
©2002 by Zecharia Sitchin
Digitalizador: Nascav (España)
Revisión alternativa by Silent Hunter - 05/02/04
v3.0: 27/03/05
INTRODUCCIÓN
Hace unos 445.000 años, astronautas de otro planeta llegaron a la Tierra en busca de oro.
Tras amerizar en uno de los mares de la Tierra, desembarcaron y fundaron Eridú, «Hogar en la Lejanía». Con
el tiempo, el asentamiento inicial se extendió hasta convertirse en la flamante Misión Tierra, con un Centro de
Control de Misiones, un espaciopuerto, operaciones mineras e, incluso, una estación de paso en Marte.
Escasos de mano de obra, los astronautas utilizaron la ingeniería genética para darle forma a los
Trabajadores Primitivos -el Homo sapiens. Más tarde, el Diluvio barrió la Tierra en una inmensa catástrofe que
hizo necesario un nuevo comienzo; los astronautas se convirtieron en dioses y le concedieron la civilización a
la Humanidad, transmitiéndosela a través del culto.
Después, hace unos cuatro mil años, todo lo conseguido se desmoronó en una catástrofe nuclear provocada
por los visitantes en el transcurso de sus propias rivalidades y guerras.
Todo lo ocurrido en la Tierra, y especialmente los acontecimientos acaecidos desde el inicio de la historia del
ser humano, lo ha recogido Zecharia Sitchin en su serie de Crónicas de la Tierra, a partir de la Biblia, de
tablillas de arcilla, de mitos de la antigüedad y de descubrimientos arqueológicos. Pero, ¿qué ocurrió antes de
los acontecimientos en la Tierra, qué ocurrió en el propio planeta de los astronautas, Nibiru, que les llevó a los
viajes espaciales, a su necesidad de oro y a la creación del Hombre?
¿Qué emociones, rivalidades, creencias, morales (o ausencia de éstas) motivaron a los principales
protagonistas en las sagas celestes y espaciales? ¿Cuáles fueron las relaciones que llevaron a una escalada
de la tensión en Nibiru y en la Tierra, qué tensiones surgieron entre viejos y jóvenes, entre los que habían
llegado de Nibiru y los nacidos en la Tierra? ¿Y hasta qué punto lo sucedido vino determinado por el Destino -
un destino cuyo registro de acontecimientos del pasado guarda la clave del futuro?
¿No sería prometedor que uno de los principales protagonistas, un testigo presencial que podía distinguir
entre Suerte o Hado y Destino, registrara para la posteridad el cómo, el dónde, el cuándo y el porqué de todo,
los Principios y los Finales?
Pues eso es, precisamente, lo que algunos de ellos hicieron; ¡y entre los principales de éstos estuvo el líder
que comandó el primer grupo de astronautas!
Tanto expertos como teólogos reconocen en la actualidad que los relatos bíblicos de la Creación, de Adán y
Eva, del Jardín del Edén, del Diluvio o de la Torre de Babel se basaron en textos escritos milenios antes en
Mesopotamia, en especial escritos por los sumerios. Y éstos, a su vez, afirmaban con toda claridad que
obtuvieron sus conocimientos acerca de lo acontecido en el pasado (muchos de ellos de una época anterior al
comienzo de las civilizaciones, incluso anterior al nacimiento de la Humanidad) de los escritos de los Anunnaki
(«Aquellos Que del Cielo a la Tierra Vinieron»), los «dioses» de la antigüedad.
Como resultado de un siglo y medio de descubrimientos arqueológicos en las ruinas de las civilizaciones de
la antigüedad, especialmente en Oriente Próximo, se han descubierto un gran número de estos primitivos
textos; los hallazgos han revelado un gran número de textos desaparecidos -los llamados libros perdidos- que,
o bien se mencionaban en los textos descubiertos, o se inferían a partir de ellos, o era conocida su existencia
debido que habían sido catalogados en las bibliotecas reales o de los templos.
En ocasiones, los «secretos de los dioses» se revelaron en parte en relatos épicos, como en la Epopeya de
Gilgamesh, que desvelan el debate que tuvo lugar entre los dioses y que llevó a la decisión de que la
Humanidad pereciera en el Diluvio, o en un texto titulado Atra Hasis, que recuerda el motín de los Anunnaki
que trabajaban en las minas de oro y que llevó a la creación de los Trabajadores Primitivos -los Terrestres. De
cuando en cuando, los mismos líderes de los astronautas fueron los que crearon las composiciones; a veces,
dictando el texto a un escriba, como en el titulado La Epopeya de Erra, en el cual uno de los dos dioses que
desencadenaron la catástrofe nuclear intentó inculpar a su adversario; a veces, haciendo de escriba el mismo
dios, como ocurre con el Libro de los Secretos de Thot (el dios egipcio del conocimiento), que el mismo dios
había ocultado en una cámara subterránea.
Según la Biblia, cuando el Señor Dios Yahveh le dio los Mandamientos a su pueblo elegido, los inscribió en
un principio por su propia mano en dos tablas de piedra que le entregó a Moisés en el Monte Sinaí. Pero,
después de que Moisés arrojara y rompiera estas tablas como respuesta al incidente del becerro de oro, las
nuevas tablas las inscribió el mismo Moisés, por ambos lados, mientras permaneció en el monte durante
cuarenta días y cuarenta noches, tomando al dictado las palabras del Señor.
Si no hubiera sido por un relato escrito en un papiro de la época del faraón egipcio Khufu (Keops)
concerniente al Libro de los Secretos de Thot, no se habría llegado a conocer la existencia de ese libro. Si no
hubiera sido por las narraciones bíblicas del Éxodo y el Deuteronomio, nunca habríamos sabido nada de las
tablas divinas ni de su contenido; todo esto se habría convertido en parte de la enigmática colección de los
«libros perdidos» cuya existencia nunca habría salido a la luz. Y no resulta tan doloroso el hecho de que, en
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algunos casos, sepamos que hayan existido determinados textos, como que su contenido permanezca en la
oscuridad. Éste es el caso del Libro de las Guerras de Yahveh y del Libro de Jasher (el «Libro del Justo»), que
se mencionan específicamente en la Biblia. En al menos dos casos, se puede inferir la existencia de libros
antiguos (textos primitivos conocidos por el narrador bíblico). El capítulo 5 del Génesis comienza con la
afirmación «Éste es el libro del Toledoth de Adán», traduciéndose normalmente el término Toledoth como
«generaciones», pero su significado más preciso es «registro histórico o genealógico». De hecho, a lo largo de
milenios, han sobrevivido versiones parciales de un libro que se conoció como el Libro de Adán y Eva en
armenio, eslavo, siriaco y etíope; y el Libro de Henoc (uno de los llamados libros apócrifos que no se incluyeron
en la Biblia canónica) contiene fragmentos que, según los expertos, pertenecieron a un libro mucho más
antiguo, el Libro de Noé.
Un ejemplo que se menciona con frecuencia sobre el gran número de libros perdidos es el de la famosa
Biblioteca de Alejandría, en Egipto. Fundada por el general Tolomeo tras la muerte de Alejandro en el 323 a.C,
se dice que contenía más de medio millón de «volúmenes», de libros inscritos en diversos materiales (arcilla,
piedra, papiro, pergamino). Aquella gran biblioteca, donde los eruditos se reunían para estudiar el conocimiento
acumulado, se quemó y fue destruida en las guerras que se desarrollaron entre el 48 a.C. y la conquista árabe,
en el 642 d.C. Lo que ha quedado de sus tesoros es una traducción al griego de los cinco primeros libros de la
Biblia hebrea, y fragmentos que se conservaron en los escritos de algunos de los eruditos residentes de la
biblioteca.
Y es así como sabemos que el segundo rey Tolomeo comisionó, hacia el 270 a.C, a un sacerdote egipcio al
que los griegos llamaron Manetón para que recopilara la historia y la prehistoria de Egipto. Al principio, escribió
Manetón, sólo los dioses remaron allí; luego, los semidioses y, finalmente, hacia el 3100 a.C, comenzaron las
dinastías faraónicas. Escribió que los reinados divinos comenzaron diez mil años antes del Diluvio y que se
prolongaron durante miles de años, presenciándose en el último período batallas y guerras entre los dioses.
En los dominios asiáticos de Alejandro, donde el cetro cayó en manos del general Seleucos y de sus
sucesores, también tuvo lugar un empeño similar por proporcionar a los sabios griegos un registro de los
acontecimientos del pasado. Un sacerdote del dios babilónico Marduk, Beroso, con acceso a las bibliotecas de
tablillas de arcilla, cuyo centro era la biblioteca del templo de Jarán (ahora en el sudeste de Turquía), escribió
una historia de dioses y hombres en tres volúmenes que comenzaba 432.000 años antes del Diluvio, cuando
los dioses llegaron a la Tierra desde los cielos. En una lista en la que figuraban los nombres y la duración de
los reinados de los diez primeros comandantes, Beroso decía que el primer líder, vestido como un pez, llegó a
la costa desde el mar. Era el que le daría la civilización a la Humanidad, y su nombre, pasado al griego, era
Oannes.
Encajando muchos detalles, ambos sacerdotes hicieron entrega de relatos de dioses del cielo que habían
venido a la Tierra, de un tiempo en que sólo los dioses reinaban en la Tierra y del catastrófico Diluvio. En los
trozos y en los fragmentos conservados (en otros escritos contemporáneos) de los tres volúmenes, Beroso
daba cuenta específicamente de la existencia de escritos anteriores a la Gran Inundación -tablillas de piedra
que se ocultaron para salvaguardarlas en una antigua ciudad llamada Sippar, una de las ciudades originales
que fundaran los antiguos dioses.
Aunque Sippar fue arrollada y arrasada por el Diluvio, al igual que el resto de las ciudades antediluvianas de
los dioses, apareció una referencia a los escritos antediluvianos en los anales del rey asirio Assurbanipal (668-
633 a.C). Cuando, a mediados del siglo xix, los arqueólogos descubrieron la antigua capital asiría de Nínive
(hasta entonces, conocida sólo por el Antiguo Testamento), hallaron en las ruinas del palacio de Assurbanipal
una biblioteca con los restos de alrededor de 25.000 tablillas de arcilla inscritas. Coleccionista asiduo de
«textos antiguos», Assurbanipal hacía alarde en sus anales: «El dios de los escribas me ha concedido el don
del conocimiento de su arte; he sido iniciado en los secretos de la escritura; incluso puedo leer las intrincadas
tablillas en sumerio; entiendo las palabras enigmáticas cinceladas en la piedra de los días anteriores a la
Inundación».
Sabemos ahora que la civilización sumeria floreció en lo que es ahora Iraq casi un milenio antes de los inicios
de la época faraónica en Egipto, y que ambas serían seguidas posteriormente por la civilización del Valle del
Indo, en el subcontinente indio.También sabemos ahora que los sumeríos fueron los primeros en plasmar por
escrito los anales y los relatos de dioses y hombres, de los cuales todos los demás pueblos, incluidos los
hebreos, obtuvieron los relatos de la Creación, de Adán y Eva, Caín y Abel, el Diluvio y la Torre de Babel; y de
las guerras y los amores de los dioses, como se reflejaron en los escritos y los recuerdos de los griegos, los
hititas, los cananeos, los persas y los indoeuropeos. Como atestiguan todos estos antiguos escritos, sus
fuentes fueron aún más antiguas; algunas descubiertas, muchas perdidas.
El volumen de estos primitivos escritos es asombroso; no miles, sino decenas de miles de tablillas de arcilla
se han descubierto en las ruinas del Oriente Próximo de la antigüedad. Muchas tratan o registran aspectos de
la vida cotidiana, como acuerdos comerciales o salarios de los trabajadores, o registros matrimoniales. Otros,
descubiertos principalmente en las bibliotecas palaciegas, conforman los Anales Reales; otros más,
descubiertos en las ruinas de las bibliotecas de los templos o en las escuelas de escribas, conforman un grupo
de textos canónicos, de literatura sagrada, que se escribieron en lengua sumeria y se tradujeron después al
acadio (la primera lengua semita) y, más tarde, a otras lenguas de la antigüedad. E, incluso, en estos escritos
primitivos, que se remontan a casi seis mil años, encontramos referencias a «libros» (textos inscritos en
tablillas de piedra) perdidos.
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Entre los hallazgos increíbles (pues decir «afortunados» no transmitiría plenamente la idea de milagro)
realizados en las ruinas de las ciudades de la antigüedad y en sus bibliotecas, se encuentran unos prismas de
arcilla donde aparece información de los diez soberanos antediluvianos y de sus 432.000 años de reinado, una
información a la que ya aludía Beroso. Conocidas como las Listas de los Reyes Sumenos (y exhibidas en el
Museo Ashmolean de Oxford, Inglaterra), sus distintas versiones no dejan lugar a duda de que los
compiladores sumerios tuvieron acceso a cierto material común o canónico de textos primitivos. Junto con otros
textos, igualmente antiquísimos, descubiertos en diversos estados de conservación, estos textos sugieren
rotundamente que el cronista original de la Llegada, así como de los acontecimientos que la precedieron y la
siguieron, había sido uno de aquellos líderes, un participante clave, un testigo presencial.
Ese testigo presencial de los acontecimientos y participante clave en ellos era el líder que había amerizado
con el primer grupo de astronautas. En aquel momento, su nombre-epíteto era E.A., «Aquel Cuyo Hogar Es
Agua», y sufrió la amarga decepción de que el mando de la Misión Tierra se le diera a su hermanastro y rival
EN.LIL («Señor del Mandato»), una humillación que no quedaría suficientemente mitigada con la concesión del
título de EN.KI, «Señor de la Tierra». Relegado de las ciudades de los dioses y de su espaciopuerto en el
E.DIN («Edén») para supervisar la extracción de oro en el AB.ZU (África sudoriental), Ea/Enki fue, además de
un gran científico, el que descubrió a los homínidos que habitaban aquellas zonas. Y, de este modo, cuando se
amotinaron y dijeron «¡Ya basta!» los Anunnaki que trabajaban en las minas, fue él quien pensó que la mano
de obra que necesitaban se podía conseguir adelantándose a la evolución por medio de la ingeniería genética;
y así apareció el Adam (literalmente, «El de la Tierra», el Terrestre). Como híbrido que era, el Adán no podía
procrear; pero los acontecimientos de los que se hace eco el relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín del Edén
dan cuenta de la segunda manipulación genética de Enki, que añadió los genes cromosómicos extras
necesarios para la procreación. Y cuando la Humanidad, al proliferar, resultó no adecuarse a lo que tenían
previsto los dioses, fue él, Enki, el que desobedeció el plan de su hermano Enlil de dejar que la Humanidad
pereciera en el Diluvio, unos acontecimientos en los que el héroe humano recibió el nombre de Noé en la
Biblia, y Ziusudra en el texto sumerio original, más antiguo.
Ea/Enki era el primogénito de Anu, soberano de Nibiru, y como tal estaba versado en el pasado de su planeta
(Nibiru) y de sus habitantes. Científico competente, Enki legó los aspectos más importantes de los avanzados
conocimientos de los Anunnaki a sus dos hijos, Marduk y Nin-gishzidda (que, como dioses egipcios, eran
conocidos allí como Ra y Thot respectivamente). Pero también jugó un papel fundamental al compartir con la
Humanidad ciertos aspectos de tan avanzados conocimientos, enseñándoles a individuos seleccionados los
«secretos de los dioses». En al menos dos ocasiones, estos iniciados plasmaron por escrito (tal como se les
indicó que hicieran) aquellas enseñanzas divinas como legado de la Humanidad. Uno de ellos, llamado Adapa,
y probablemente hijo de Enki con una hembra humana, es conocido por haber escrito un libro titulado Escritos
referentes al Tiempo -uno de los libros perdidos más antiguos. El otro, llamado Enmeduranki, fue con toda
probabilidad el prototipo del Henoc bíblico, aquel que fue elevado al cielo después de confiar a sus hijos el libro
de los secretos divinos, y del cual posiblemente haya sobrevivido una versión en el extrabíblico Libro de
Henoch.
A pesar de ser el primogénito de Anu, Enki no estaba destinado a ser el sucesor de su padre en el trono de
Nibiru. Unas complejas normas sucesorias, reflejo de la convulsa historia de los nibiruanos, le daba ese
privilegio al hermanastro de Enki, Enlil. En un esfuerzo por resolver este agrio conflicto, Enki y Enlil terminaron
en una misión en un planeta extraño -la Tierra-, cuyo oro necesitaban para crear un escudo que preservara la
cada vez más tenue atmósfera de Nibiru. Fue en este marco, complicado aún más con la presencia en la Tierra
de su hermanastra Ninharsag (la oficial médico jefe de los Anunnaki), donde Enki decidió desafiar los planes de
Enlil de hacer que la Humanidad pereciera en el Diluvio.
El conflicto siguió adelante entre ambos hermanastros, e incluso entre sus nietos; y el hecho de que todos
ellos, y especialmente los nacidos en la Tierra, se enfrentaran a la pérdida de longevidad que el amplio período
orbital de Nibiru les proporcionaba incrementó aún más las angustias personales y agudizó las ambiciones. Y
todo esto culminó en el último siglo del tercer milenio a.C, cuando Marduk, primogénito de Enki con su esposa
oficial, proclamó que él, y no el primogénito de Enlil, Ninurta, debía heredar la Tierra. El amargo conflicto, que
supuso el desarrollo de una serie de guerras, llevó al final a la utilización de armas nucleares; aunque no
intencionado, el resultado de todo ello fue el hundimiento de la civilización sumeria.
La iniciación de individuos escogidos en los «secretos de los dioses» marcó los inicios del Sacerdocio, los
linajes de mediadores entre los dioses y el pueblo, los transmisores de la Palabra Divina a los mortales
terrestres. Los oráculos (interpretaciones de los pronunciamientos divinos) se mezclaron con la observación de
los cielos en busca de augurios. Y a medida que la Humanidad se vio arrastrada a tomar parte en los conflictos
de los dioses, la Profecía comenzó a jugar su papel. De hecho, la palabra para designar a estos portavoces de
los dioses queproclamaban lo que iba a pasar, Nabih, era el epíteto del hijo primogénito de Marduk, Nabu, que
en nombre de su padre, exiliado, intentó convencer a la Humanidad de que los signos celestes indicaban la
inminente supremacía de Marduk.
Este estado de cosas llevó a la necesidad de diferenciar entre Suerte y Destino. Las promulgaciones de Enlil,
y a veces incluso de Anu, que siempre habían sido incuestionables, se veían sujetas ahora al examen de la
diferencia entre NAM (el Destino, como las órbitas planetarias, cuyo curso está determinado y no se puede
cambiar) y NAM.TAR, literalmente, el destino que puede ser torcido, roto, cambiado (que era la Suerte o el
Hado). Revisando y rememorando la secuencia de los acontecimientos, y el paralelismo aparente entre lo que
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había sucedido en Nibiru y lo que había ocurrido en la Tierra, Enki y Enlil comenzaron a ponderar
filosóficamente lo que, ciertamente, estaba destinado y no se podía evitar, y el hado que venía como
consecuencia de decisiones acertadas o equivocadas y del libre albedrio. Éstas no se podían predecir,
mientras que las primeras se podían anticipar (especialmente, si eran cíclicas, como las órbitas planetarias; si
lo que fue volvería a ser, si lo Primero también sería lo Último).
Las consecuencias climáticas de la desolación nuclear agudizaron el examen de conciencia entre los líderes
de los Anunnaki y llevaron a la necesidad de explicar a las devastadas masas humanas por qué había ocurrido
aquello. ¿Había sido cosa del destino, o había sido el resultado de un error de los Anunnaki? ¿Había algún
responsable, alguien que tuviera que rendir cuentas?
En las reuniones de los Anunnaki en las vísperas de la calamidad, fue Enki el único que se opuso a la
utilización de las armas prohibidas. De ahí la importancia que tuvo para Enki explicar a los supervivientes qué
había sucedido en la saga de los extraterrestres que, a pesar de sus buenas intenciones, habían terminado
siendo tan destructores. ¿Y quién, sino Ea/Enki, que había sido el primero en llegar y presenciarlo todo, era el
más cualificado para relatar el Pasado, con el fin de poder adivinar el Futuro? Y la mejor forma de relatarlo todo
era en un informe, escrito en primera persona por el mismo Enki.
Es cierto que hizo una autobiografía, por lo que se deduce de un largo texto (pues se extiende al menos en
doce tablillas) descubierto en la biblioteca de Nippur, donde se cita a Enki diciendo:
Cuando llegué a la Tierra, había mucho inundado.
Cuando llegué a sus verdes praderas, montículos y cerros se levantaron a mis órdenes.
En un lugar puro construí mi hogar, un nombre adecuado le di.
Este largo texto continúa diciendo que Ea/Enki asignó tareas a sus lugartenientes, poniendo en marcha su
Misión en la Tierra.
Otros muchos textos, que relatan diversos aspectos del papel de Enki en los acontecimientos que siguieron
sirven para completar el relato de Enki; entre ellos hay una cosmogonía, una Epopeya de la Creación, en cuyo
núcleo se halla el propio texto de Enki, que los expertos llaman La Génesis de Eridú. En ellos, se incluyen
descripciones detalladas del diseño del Adán, y cuentan cómo otros Anunnaki, varón y hembra, llegaron hasta
Enki en su ciudad de Eridú para obtener de él el ME, una especie de disco de datos donde se hallaban
codificados todos los aspectos de la civilización; y también hay textos de la vida privada y de los problemas
personales de Enki, como el relato de sus intentos por conseguir tener un hijo con su hermanastra Ninharsag,
sus promiscuas relaciones tanto con diosas como con las Hijas del Hombre y las imprevistas consecuencias
que se derivaron de todo ello. El texto del Atra Hasis arroja luz sobre los esfuerzos de Anu por prevenir un
estallido de las rivalidades Enki-Enlil al dividir los dominios de la Tierra entre ellos; y los textos que registran los
acontecimientos que precedieron al Diluvio reflejan casi palabra por palabra los debates del Consejo de los
Dioses sobre la suerte de la Humanidad y el subterfugio de Enki conocido como el relato de Noé y el arca,
relato conocido sólo por la Biblia, hasta que se encontró una de sus versiones originales mesopotámicas en las
tablillas de la Epopeya de Gilgamesh.
Las tablillas de arcilla sumerias y acadias, las bibliotecas de los templos babilónicos y asirios, los «mitos»
egipcios, hititas y cananeos, y las narraciones bíblicas forman el cuerpo principal de memorias escritas de los
asuntos de dioses y hombres. Y por primera vez en la historia, este material disperso y fragmentado ha sido
reunido y utilizado, de la mano de Zecharia Sitchin, para recrear el relato presencial de Enki, los recuerdos
autobiográficos y las penetrantes profecías de un dios extraterrestre.
Presentado como un texto que hubiera dictado Enki a un escriba escogido, un Libro Testimonial para ser
desvelado en el momento apropiado, trae a la mente las instrucciones de Yahveh al profeta Isaías (siglo vii
a.C):
Ahora ven,
escríbelo en una tablilla sellada,
grábalo como un libro;
para que sea un testimonio hasta el último día,
un testimonio para siempre.
Isaías 30,8
Al tratar del pasado, el mismo Enki percibió el futuro. La idea de que los Anunnaki, ejercitando el libre albedrio,
eran señores de su suerte (así como de la suerte de la Humanidad) desembocó, en última instancia, en la
constatación de que se trataba de un Destino que, después de todo lo dicho y hecho, determinaba el curso de
los acontecimientos; y, por tanto, como reconocieron los profetas hebreos, lo Primero será lo Último.
El registro de los acontecimientos dictado por Enki se convierte, así Pues, en el fundamento de la Profecía, y
el Pasado se convierte en Futuro.
ATESTACIÓN
Palabras de Endubsar, escriba maestro, hijo de la ciudad de Eridú, sirviente del señor Enki, el gran dios.
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En el séptimo año después de la Gran Calamidad, en el segundo mes, en el decimoséptimo día, fui citado por
mi maestro el Señor Enki, el gran dios, benévolo creador de la Humanidad, omnipotente y misericordioso.
Yo estaba entre los supervivientes de Eridú que habían escapado a la árida estepa cuando el Viento Maligno
se estaba acercando a la ciudad.
Y vagué por el desierto, buscando ramas secas para hacer fuego. Y miré hacia arriba y he aquí que un
Torbellino llegó desde el sur. Tenía un resplandor rojizo, y no hacía sonido alguno. Y cuando tocó el suelo,
salieron de su vientre cuatro largos pies y el resplandor desapareció. Y me arrojé al suelo y me postré, pues
sabía que era una visión divina.
Y cuando levanté mis ojos, había dos emisarios divinos cerca de mí.
Y tenían rostros de hombres, y sus vestidos brillaban como metal bruñido. Y me llamaron por mi nombre y me
hablaron, diciendo: Has sido citado por el gran dios, el señor Enki. No temas, pues has sido bendecido. Y
estamos aquí para llevarte a lo alto, y llevarte hasta su retiro en la Tierra de Magan, en la isla en medio del Río
de Magan, donde están las compuertas.
Y mientras hablaban, el Torbellino se elevó como un carro de fuego y se fue. Y me tomaron de las manos,
cada uno de ellos de una mano. Y me elevaron y me llevaron velozmente entre la Tierra y los cielos, igual que
se remonta el águila. Y pude ver la tierra y las aguas, y las llanuras y las montañas. Y me dejaron en la isla,
ante la puerta de la morada del gran dios. Y en el momento en que me soltaron de las manos, un resplandor
como nunca había visto me envolvió y me abrumó, y caí al suelo como si hubiera quedado vacío del espíritu de
vida.
Mis sentidos vitales volvieron a mí, como si despertara del más profundo de los sueños, por el sonido de mi
nombre al llamarme. Estaba en una especie de recinto. Estaba oscuro, pero también había un aura. Entonces,
la más profunda de las voces pronunció mi nombre otra vez.
Y, aunque pude escucharla, no hubiera sabido decir de dónde venía la voz, ni pude ver quién era el que
hablaba. Y dije, aquí estoy.
Entonces, la voz me dijo: Endubsar, descendiente de Adapa, te he escogido para que seas mi escriba, para
que pongas por escrito mis palabras en las tablillas.
Y de pronto apareció un resplandor en una parte del recinto. Y vi un lugar dispuesto como el lugar de trabajo
de un escriba: una mesa de escriba y un taburete de escriba, y había piedras finamente labradas sobre la
mesa. Pero no vi tablillas de arcilla ni recipientes de arcilla húmeda. Y sobre la mesa sólo había un estilo, y
éste relucía en el resplandor como no lo hubiera podido hacer ningún estilo de caña.
Y la voz volvió a hablar, diciendo: Endubsar, hijo de la ciudad de Eridú, mi fiel sirviente. Soy tu señor Enki. Te
he convocado para que escribas mis palabras, pues estoy muy turbado por la Gran Calamidad que ha caído
sobre la Humanidad. Es mi deseo registrar el verdadero curso de los acontecimientos, para que tanto dioses
como hombres sepan que mis manos están limpias. Desde el Gran Diluvio, no había caído una calamidad tal
sobre la Tierra, los dioses y los terrestres. Pero el Gran Diluvio estaba destinado a suceder, no así la gran
calamidad. Ésta, hace siete años, no tenía que haber ocurrido. Se podía haber evitado, y yo, Enki, hice todo lo
que pude por impedirla; pero, ¡ay!, fracasé. ¿Y fue hado o fue destino? El futuro juzgará, pues al final de los
días un Día del Juicio habrá. En ese día, la Tierra temblará y los ríos cambiarán su curso, y habrá oscuridad al
mediodía y un fuego en los cielos por la noche, será el día del regreso del dios celestial. Y habrá quien
sobreviva y quien perezca, quien sea recompensado y quien sea castigado, dioses y hombres por igual, en ese
día se descubrirá; pues lo que venga a suceder, por lo que ha sucedido será determinado; y lo que estaba
destinado, en un ciclo será repetido, y lo que fue fruto del hado y ocurrió sólo por la voluntad del corazón, para
bien o para mal vendrá a ser juzgado.
La voz cayó en el silencio; después, el gran señor habló de nuevo, diciendo: Es por esta razón que contaré el
relato veraz de los Principios y de los Tiempos Previos y de los Tiempos de Antaño; pues, en el pasado, el
futuro se halla oculto. Durante cuarenta días y cuarenta noches, yo hablaré y tú escribirás; cuarenta será la
cuenta de los días y las noches de tu trabajo aquí, pues cuarenta es mi número sagrado entre los dioses.
Durante cuarenta días y cuarenta noches, no comerás ni beberás; sólo esta onza de pan y agua tomarás, y te
mantendrá durante todo tu trabajo.
Y la voz se detuvo, y de pronto apareció un resplandor en otra parte del recinto. Y vi una mesa y, sobre ella,
un plato y una copa. Y me levan te para ir allí, y había pan en el plato y agua en la copa.
Y la voz del gran señor Enki habló de nuevo, diciendo: Endubsar, come el pan y bebe el agua, y te
mantendrás durante cuarenta días y cuarenta noches. E hice como me indicó. Y después, la voz me indicó que
me sentara ante la mesa de escriba, y el resplandor se intensificó allí. No pude ver ninguna puerta ni abertura
donde me encontraba, sin embargo el resplandor era tan fuerte como el del sol del mediodía.
Y la voz dijo: Endubsar el escriba, ¿qué ves?
Y miré y vi el resplandor que iluminaba la mesa, las piedras y el estilo, y dije: Veo unas tablillas de piedra, y
su tono es de un azul tan puro como el cielo. Y veo un estilo como nunca antes había visto, su cuerpo no
parece de caña, y su punta tiene la forma de una garra de águila.
Y la voz dijo: Son éstas las tablillas sobre las cuales inscribirás mis palabras. Por expreso deseo mío, se han
tallado del más fino lapislázuli, cada una de ellas con dos caras lisas. Y el estilo que ves es la obra de un dios,
el cuerpo está hecho de electro y la punta de cristal divino. Se adaptará firmemente a tu mano, y te será tan
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fácil grabar con él como marcar sobre arcilla húmeda. En dos columnas inscribirás la cara frontal, en dos
columnas inscribirás el dorso de cada tablilla de piedra. ¡No te desvíes de mis palabras y mis declaraciones!
Y hubo una pausa, y yo toqué una de las piedras, y sentí su superficie como una piel lisa, suave al tacto. Y
tomé el estilo sagrado, y lo sentí como una pluma en mi mano.
Y, después, el gran dios Enki comenzó a hablar, y yo empecé a escribir sus palabras, exactamente como las
decía. A veces, su voz era fuerte; a veces, casi un susurro. A veces, había gozo u orgullo en su voz; a veces,
dolor o angustia. Y cuando una tablilla quedaba inscrita en todas sus caras, tomaba otra para continuar.
Y cuando fueron dichas las últimas palabras, el gran dios se detuvo, y pude escuchar un gran suspiro. Y dijo:
Endubsar, mi sirviente, durante cuarenta días y cuarenta noches has anotado fielmente mis palabras. Tu
trabajo aquí ha terminado. Ahora, toma otra tablilla, y en ella escribirás tu propia atestación; y al final de ella,
como testigo, márcala con tu sello; y toma la tablilla y ponla junto con las otras en el cofre divino; pues, en el
momento designado, los escogidos vendrán hasta aquí y encontrarán el cofre y las tablillas, y sabrán todo lo
que yo te he dictado a ti; y que el relato veraz de los Principios, los Tiempos Previos, los Tiempos de Antaño y
la Gran Calamidad será conocido en lo sucesivo como Las Palabras del Señor Enki. Y habrá un Libro de
Testimonios del pasado, y un Libro de dicciones del futuro, pues el futuro en el pasado se halla, y lo primero
también será lo último.
Y hubo una pausa, y tomé las tablillas y las puse una a una en el orden correcto dentro del cofre. Y el cofre
estaba hecho de madera de acacia con incrustaciones de oro en el exterior.
Y la voz de mi señor dijo: Ahora, cierra la tapa del cofre y fija el cierre. E hice como se me indicó.
Y hubo otra pausa, y mi señor Enki dijo: Y en cuanto a ti, Endubsar, con un gran dios has hablado y, aunque
no me has visto, en mi presencia has estado. Por tanto, estás bendecido, y serás mi portavoz ante el pueblo.
Los amonestarás para que sean justos, pues en ello estriba una buena y larga vida. Y los confortarás, pues en
el plazo de setenta años se reconstruirán las ciudades y las cosechas volverán a crecer. Habrá paz, pero
también habrá guerras. Nuevas naciones se harán poderosas, reinos se elevarán y caerán. Los dioses de
antaño se apartarán, y nuevos dioses decretarán los hados. Pero al final de los días prevalecerá el destino, y
ese futuro se predice en mis palabras acerca del pasado. De todo ello, Endubsar, a la gente le hablarás.
Y hubo una pausa y un silencio. Y yo, Endubsar, me postré en el suelo y dije: Pero, ¿cómo sabré qué decir?
Y la voz del señor Enki dijo: Habrá señales en los cielos, y las palabras que tengas que pronunciar vendrán a
ti en sueños y en visiones. Y, después de ti, habrá otros profetas escogidos. Y al final, habrá una Nueva Tierra
y un Nuevo Cielo, y ya no habrá más necesidad de profetas.
Y, entonces, se hizo el silencio, y las auras se extinguieron, y el espíritu me dejó. Y cuando recobré los
sentidos, estaba en los campos de los alrededores de Eridú.
Sello de Endubsar, escriba maestro
Sinopsis de la Primera Tablilla
Lamentación sobre la desolación de Sumer
Cómo huyeron los dioses de sus ciudades a medida que se extendía la nube nuclear
Las discusiones en el consejo de los dioses
La fatídica decisión de liberar las Armas de Terror
El origen de los dioses y las armas terribles en Nibiru
Las guerras norte-sur de Nibiru, unificación y normas dinásticas
Ubicación de Nibiru en el sistema solar
La evanescente atmósfera provoca cambios climáticos
Los esfuerzos por obtener oro para evitar el debilitamiento de la atmósfera
Alalu, un usurpador, utiliza armas nucleares para agitar los gases volcánicos
Anu, heredero dinástico, depone a Alalu
Alalu roba una nave espacial y escapa de Nibiru
Representaciones de Nibiru como planeta radiante
LA PRIMERA TABLILLA
Palabras del señor Enki, primogénito de Anu, que reina en Nibiru.
Con pesar en el espíritu, profiero los lamentos; lamentos amargos que llenan mi corazón. Cuán desolada está
la tierra, sus gentes entregadas al Viento Maligno, sus establos abandonados, sus rediles vacíos. Cuán
desoladas están las ciudades, sus gentes amontonadas como cadáveres yertos, afligidas por el Viento
Maligno. Cuán desolados están los campos, marchita la vegetación, alcanzada por el Viento Maligno. Cuán
desolados están los ríos, ya nada vive en ellos, aguas puras y centelleantes convertidas en veneno. De sus
gentes de negra cabeza, Sumer está vacía, se ha ido toda vida; de sus vacas y sus ovejas, Sumer está vacía,
callado quedó el murmullo de la leche batida. En sus gloriosas ciudades, sólo ulula el viento; la muerte es el
único olor. Los templos, cuyas cúspides alcanzaban el cielo, por sus dioses han sido abandonados. No hay
dominio de señorío ni de realeza; cetro y tiara han desaparecido. En las riberas de los dos grandes ríos, en otro
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tiempo exuberantes y llenos de vida, sólo crecen las malas hierbas. Nadie recorre sus calzadas, nadie busca
los caminos; la floreciente Sumer es como un desierto abandonado. ¡Cuán desolada está la tierra, hogar de
dioses y hombres! En esa tierra cayó la calamidad, una calamidad desconocida para el hombre. Una calamidad
que la Humanidad nunca antes había visto, una calamidad que no se puede detener. En todas las tierras,
desde el oeste hasta el este, se posó una mano de quebranto y de terror. ¡Los dioses, en sus ciudades,
estaban tan indefensos como los hombres!
Un Viento Maligno, una tormenta nacida en una distante llanura, una Gran Calamidad forjada en su sendero.
Un viento portador de muerte nacido en el oeste se encaminó hacia el este,establecido su curso por el hado.
Una devoradora tormenta como el diluvio, de viento y no de agua destructora, de aire envenenado, no de olas,
abrumadora. Por el hado, que no por el destino, se engendró; los grandes dioses, en su consejo, la Gran
Calamidad han provocado. Enlil y Ninharsag lo permitieron; sólo yo estuve suplicando para que se
contuvieran. Día y noche, por aceptar lo que los cielos decretan, argumenté, ¡pero en vano! Ninurta, el hijo
guerrero de Enlil, y Nergal, mi propio hijo, liberaron las venenosas armas en la gran llanura.
¡No sabíamos que un Viento Maligno seguiría al resplandor!, lloran ellos ahora en su angustia. ¿Quién podía
predecir que la tormenta portadora de muerte, nacida en el oeste, tomaría su curso hacia el este?, se lamentan
los dioses ahora. En sus ciudades sagradas, permanecieron los dioses, sin creer que el Viento Maligno
tomaría su ruta hacia Sumer. Uno tras otro, los dioses huyeron de sus ciudades, sus templos abandonaron al
viento. En mi ciudad, Eridú, no pude hacer nada por detener a la nube venenosa. ¡Huid a campo abierto!, di
instrucciones a la gente; con Ninki, mi esposa, la ciudad abandoné. En su ciudad, Nippur, lugar del Enlace
Cielo-Tierra, Enlil no pudo hacer nada por detenerla. El Viento Maligno se abalanzó sobre Nippur. En su nave
celestial, Enlil y su esposa partieron apresuradamente. En Ur, la ciudad de la realeza de Sumer, Nannar a su
padre Enlil imploró ayuda; en el lugar del templo que al cielo en siete escalones se eleva, Nannar se negó a
considerar la mano del hado. ¡Padre mío, tú que me engendraste, gran dios que a Ur ha concedido
la realeza, no dejes entrar al Viento Maligno!, apeló Nannar. ¡Gran dios que decretas los hados, deja que Ur y
sus gentes se libren, tus alabanzas proseguirán!, apeló Nannar. Enlil respondió a su hijo Nannar: Noble hijo, a
tu admirable ciudad concedí la realeza, pero no se le concedió reinado eterno. ¡Toma a tu esposa Ningal y
huye de la ciudad! ¡Ni siquiera yo, que decreto los hados, puedo impedir su destino! Así habló Enlil, mi
hermano; ¡ay, ay, que no era destino! Desde el diluvio, no había caído una calamidad más grande sobre
dioses y terrestres; ¡ay, que no era destino! El Gran Diluvio estaba destinado a suceder; pero no la Gran
Calamidad de la tormenta portadora de muerte. Por romper una promesa, por una decisión del consejo fue
provocada; por las Armas de Terror fue creada. Por una decisión, que no por destino, se liberaron las armas
venenosas; por deliberación se echaron las suertes. Contra Marduk, mi primogénito, dirigieron la destrucción
los dos hijos; había venganza en sus corazones. ¡No ha de tomar Marduk el poder!, gritó el primogénito de
Enlil. Con las armas me opondré a él, dijo Ninurta. ¡De entre el pueblo ha levantado un ejército, para declarar a
Babili ombligo de la Tierra!, así gritó Nergal, hermano de Marduk. En el consejo de los grandes dioses,
palabras malévolas se difundieron. Día y noche levanté mi voz opositora; la paz aconsejé, deplorando las
prisas. Por segunda vez, el pueblo había elevado su imagen celeste; ¿por qué oponerse a que continúe?,
pregunté implorando. ¿Se han comprobado todos los instrumentos? ¿No había llegado la era de Marduk en los
cielos?, inquirí una vez más. Ningishzidda, mi hijo, otros signos del cielo citó. Su corazón, yo lo sabía, no podía
perdonar la injusticia de Marduk contra él.
Nannar, a Enlil en la Tierra nacido, también fue implacable. ¡Marduk, de mi templo en la ciudad del norte, su
propia morada ha hecho! Así dijo. Ishkur, el hijo más joven de Enlil, exigió un castigo; ¡en mis tierras, ha hecho
prostituirse al pueblo ante él!, dijo. Utu, hijo de Nannar, contra el hijo de Marduk, Nabu, dirigió su ira: ¡Intentó
tomar el Lugar de los Carros Celestiales! Inanna, gemela de Utu, estaba fuera de sí; seguía exigiendo el
castigo de Marduk por el asesinato de su amado Dumuzi. Ninharsag, madre de dioses y hombres, desvió la
mirada. ¿Por qué no está Marduk aquí? dijo simplemente. Gibil, mi propio hijo, replicó pesimista: Marduk ha
desestimado todas los ruegos; ¡por las señales del cielo reclama su supremacía!
¡Sólo por las armas será detenido Marduk!, gritó Ninurta, primogénito de Enlil. Utu estaba preocupado por la
protección del Lugar de los Carros Celestiales; ¡no debe caer en manos de Marduk! Así dijo. Nergal, señor de
los Dominios Inferiores, exigía ferozmente: ¡Que se utilicen las antiguas Armas de Terror para arrasar!
A mi propio hijo miré sin podérmelo creer: ¡Para hermano contra hermano las armas de terror se abjuraron!
En lugar de común acuerdo, hubo silencio. En el silencio, Enlil abrió la boca: Debe haber un castigo; como
pájaros sin alas quedarán los malhechores, Marduk y Nabu, de nuestro patrimonio nos están privando; ¡hay
que privarles del Lugar de los Carros Celestiales! ¡Que se calcine el lugar hasta el olvido!, gritó Ninurta:
¡Dejadme ser El Que Calcina! Excitado, Nergal se puso en pie y gritó: ¡Que las ciudades de los malhechores
también sean destruidas, dejadme arrasar las ciudades pecadoras, dejad que a partir de hoy mi nombre sea el
Aniquilador! Los terrestres, por nosotros creados, no deben ser dañados; los justos con los pecadores no
deben perecer, dije enérgicamente. Ninharsag, la compañera que me ayudó a crearlos, estaba de acuerdo: La
cuestión solamente se ha de resolver entre los dioses, el pueblo no debe ser dañado. Anu, desde la morada
celestial, estaba prestando atención a las discusiones. Anu, que determina los hados, su voz hizo escuchar
desde su morada celestial: Que las Armas de Terror sean por esta vez usadas, que el lugar de las naves
propulsadas sea arrasado, que al pueblo se le perdone. ¡Que Ninurta sea el Calcinador, que Nergal sea el
Aniquilador! Y así Enlil la decisión anunció. A ellos, un secreto de los dioses revelaré; el lugar oculto de las
armas de terror a ellos les desvelaré. Los dos hijos, uno mío, uno suyo, en su cámara interior Enlil convocó.
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Nergal, cuando volvió junto a mí, desvió la mirada. ¡Ay!, grité sin palabras, ¡el hermano se ha revuelto contra el
hermano! ¿Acaso por hado han de repetirse los Tiempos Previos? Un secreto de los Tiempos de Antaño les
reveló Enlil a ellos, ¡las Armas de Terror a sus manos confió! Aderezadas de terror, con un resplandor se
desataron; todo lo que tocan, en un montón de polvo lo convierten. Para hermano contra hermano en la Tierra
fueron abjuradas, ninguna región afectar. Entonces, el juramento se violó, como una vasija rota en inútiles
trozos. Los dos hijos, plenos de gozo, con paso rápido de la cámara de Enlil emergieron, para la partida de las
armas. Los otros dioses volvieron a sus ciudades; ¡sin presagiar ninguno de ellos su propia calamidad!
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He aquí el relato de los Tiempos Previos, y de las Armas de Terror. Antes de los Tiempos Previos fue el
Principio; después de los Tiempos Previos fueron los Tiempos de Antaño. En los Tiempos de Antaño, los
dioses llegaron a la Tierra y crearon a los terrestres. En los Tiempos Previos, ninguno de los dioses estaba en
la Tierra, ni se había hecho aún a los terrestres. En los Tiempos Previos, la morada de los dioses estaba en
su propio planeta; Nibiru es su nombre. Un gran planeta, rojizo en resplandor; alrededor del Sol, una vuelta
alargada hace Nibiru. Durante un tiempo, Nibiru está envuelto en el frío; durante parte de su recorrido, el Sol
fuertemente lo calienta.
Una gruesa atmósfera envuelve a Nibiru, alimentada continuamente con erupciones volcánicas. Todo tipo de
vida esta atmósfera mantiene; ¡sin ella, todo perecería! En el período frío, conserva en el planeta el calor
interno de Nibiru, como un cálido abrigo que se renueva constantemente. En el período cálido, protege a Nibiru
de los abrasadores rayos del Sol En su mitad, las lluvias aguanta y libera, dando altura a lagos y ríos.
Una exuberante vegetación alimenta y protege nuestra atmósfera; hace brotar todo tipo de vida en las aguas
y en la tierra. Después de eones de tiempo, brotó nuestra propia especie, por nuestra propia esencia una
simiente eterna para procrear. A medida que nuestro número crecía, nuestros ancestros se extendieron a
muchas regiones de Nibiru. Algunos cultivaron la tierra, a criaturas de cuatro patas apacentaban.
Unos vivían en las montañas, otros hicieron su hogar en los valles. Hubo rivalidades, tuvieron lugar
usurpaciones; hubo conflictos, y los palos se convirtieron en armas. Los clanes se reunieron en tribus, y luego
dos grandes naciones se enfrentaron entre sí. La nación del norte contra la nación del sur tomó las armas.
Lo que sostenía la mano para lanzar proyectiles se trocó; armas de estruendo y resplandor incrementaron el
terror. Una guerra, larga y feroz, devoró al planeta; hermano luchó contra hermano. Hubo muerte y
destrucción, tanto en el norte como en el sur. Durante muchas vueltas, la desolación reinó en las tierras; toda
vida fue diezmada. Después, se declaró una tregua; y más tarde se hizo la paz. Que las naciones se unan, se
dijeron los emisarios entre sí: que haya un trono en Nibiru, un rey que reine sobre todos. Que haya un líder del
norte o del sur elegido a suertes, un rey supremo ha de ser. Si fuera del norte, que el sur elija a una mujer para
que sea su esposa, en igualdad como reina, para reinar juntos. Si por suertes fuera elegido un hombre del sur,
que una mujer del norte sea su esposa. Que sean marido y mujer, para hacerse una sola carne.
Que su hijo primogénito sea el sucesor; que una dinastía unificada sea así formada, ¡para establecer la unidad
en Nibiru para siempre! En medio de las ruinas se inició la paz. Norte y sur por matrimonio se unieron.
El trono real en una carne combinada, ¡una sucesión no interrumpida de realeza establecida! El primer rey
después de la paz fue hecho, un guerrero del norte fue, un poderoso comandante. Por suertes, veraz y justo,
fue él elegido; fueron aceptados sus decretos en la unidad. Para morada suya, construyó una espléndida
ciudad; Agadé, que significa Unidad, fue su nombre. Para su reinado, un título real le fue concedido; An fue, el
Celestial fue su significado. Con brazo fuerte, restableció el orden en las tierras; decretó leyes y regulaciones.
Designó gobernadores para cada tierra; la restauración y el cultivo fue su principal tarea. De él, en los anales
reales, así se registró: An unificó las tierras, la paz en Nibiru restauró. Construyó una nueva ciudad, los canales
reparó, proveyó alimento para el pueblo; hubo abundancia en las tierras. Por esposa suya, el sur eligió una
doncella, dotada tanto para el amor como para la contienda. An.Tu fue su título real; la Líder Que Es Esposa de
An, significaba ingeniosamente el nombre dado. Le dio a An tres hijos y ninguna hija. Al primogénito, ella le
puso el nombre de An.Ki; Por An un Sólido Fundamento era su significado.
Solo en el trono estuvo él sentado; una esposa a elegir fue dos veces pospuesta. En su reinado, las
concubinas iban al palacio; un hijo a él no le nació. La dinastía así iniciada se interrumpió con la muerte de
Anki; en el fundamento, ningún descendiente siguió. El hijo mediano, no el primogénito, Heredero Legal fue
nombrado.
Desde su juventud, uno de los tres hermanos, Ib fue llamado amorosamente por su madre. El Que Está en
Medio significaba su nombre. En los anales reales, An.Ib es nombrado: En realeza celestial; durante
generaciones, El Que Es Hijo de An significó su nombre. Sucedió a su padre An en el trono; en suma, fue el
tercero en reinar. A la hija de su hermano pequeño eligió por esposa. Nin.Ib fue llamada, la Dama de Ib.
Ninib le dio un hijo a Anib; el sucesor del trono fue, el cuarto de la cuenta de los reyes. Por el nombre real de
An.Shar.Gal deseó que se le conociera; Príncipe de An Que Es el Más Grande de los Príncipes era el
significado. Su esposa, una hermanastra, Ki.Shar.Gal fue llamada igualmente. El conocimiento y la
comprensión fue su principal ambición; estudió asiduamente los caminos de los cielos. Estudió la gran vuelta
de Nibiru, su longitud fijó en un Shar. Como un año de Nibiru era la medida, por él los reinados reales serían
numerados y registrados. Dividió el Shar en diez partes, de ese modo declaró dos festividades. En las
proximidades del Sol, se celebró una festividad del calor. Cuando Nibiru hacía su morada en la distancia, se
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decretó la festividad del frío. Sustituyendo a todas las festividades de antaño de tribus y naciones, para unificar
al pueblo se establecieron las dos. Leyes de marido y mujer, de hijos e hijas, estableció por decreto;
proclamó las costumbres de las primeras tribus para todo el país. Desde las guerras, las mujeres superaban
en gran número a los hombres. Decretos hizo, un hombre ha de tener más de una mujer por conocer. Por ley,
una mujer ha de ser elegida como esposa oficial, Primera Esposa ha de ser llamada. Por ley, el hijo
primogénito era el sucesor de su padre. Por estas leyes, no tardó en llegar la confusión; si el hijo primogénito
no era nacido de la Primera Esposa. Y después nacía un hijo de la Primera Esposa, convirtiéndose por ley en
Heredero Legal.¿Quién será el sucesor: aquél que por la cuenta de Shars nació primero? ¿Aquél nacido de la
Primera Esposa? ¿El hijo Primogénito? ¿El Heredero Legal? ¿Quién heredará? ¿Quién sucederá? En el
reinado de Anshargal, Kishargal fue declarada Primera Esposa. Hermanastra del rey era. En el reinado de
Anshargal, se llevaron concubinas de nuevo a palacio. De las concubinas, le nacieron hijos e hijas al rey. Un
hijo de una fue el primero en nacer; el hijo de una concubina fue el Primogénito. Después, Kishargal tuvo un
hijo. Heredero Legal por ley era; pero Primogénito no era. En el palacio, Kishargal levantó la voz, iracunda gritó:
¡Si por las normas mi hijo, de una Primera Esposa nacido, se ve privado de la sucesión, que la doble simiente
no se olvide! Aunque de diferentes madres, de un mismo padre el rey y yo somos descendientes. Yo soy la
hermanastra del rey; de mí, el rey es hermanastro. ¡Por ello, mi hijo posee la doble simiente de nuestro padre
Anib! ¡Que, en lo sucesivo, la Ley de la Simiente, la Ley del Desposorio prevalezca! ¡Que, en lo sucesivo, el
hijo de una hermanastra, cuando quiera que nazca, por encima de todos los demás hijos alcance la sucesión!
Anshargal, considerándolo, le concedió su favor a la Ley de la Simiente: La confusión de esposa y oncubinas,
de matrimonio y divorcio, se evitaría con ella. En su consejo, los consejeros reales adoptaron la Ley de la
Simiente para la sucesión. Por orden del rey, los escribas anotaron el decreto. Así fue proclamado el próximo
rey por la Ley de la Simiente para la sucesión. A él le fue concedido el nombre real An.Shar. Quinto en el trono
fue.
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Viene ahora el relato del reinado de Anshar y de los reyes que le siguieron. Cuando se cambió la ley, los
otros príncipes se enfrentaron. Hubo palabras, no hubo rebelión. Como esposa, Anshar eligió a una
hermanastra. La hizo su Primera Esposa; se le llamó con el nombre de Ki.Shar. Así fue, por esta ley, que la
dinastía continuó.
En el reinado de Anshar, los campos redujeron sus cosechas, frutos y cereales perdieron abundancia. De
vuelta en vuelta, en la cercanía del Sol, el calor fue creciendo en fuerza; en las moradas lejanas, el frío se hizo
más intenso. En Agadé, la ciudad del trono, el rey reunió en asamblea a aquéllos de gran entendimiento. A
sabios eruditos, gente de gran conocimiento, se les ordenó investigar. La tierra y el suelo examinaron, lagos y
ríos pusieron a prueba. Ha ocurrido antes, dio alguien una respuesta: Nibiru, en el pasado, más fría y más
cálida ha sido; ¡Destino es esto, en la vuelta de Nibiru arraigado! Otros de conocimiento, observando la vuelta,
no consideraron culpable al destino de Nibiru. En la atmósfera, se ha hecho una brecha; ése fue su hallazgo.
¡Los volcanes, forjadores de la atmósfera, lanzaban al cielo menos erupciones! ¡El aire de Nibiru se había
hecho más tenue, el escudo protector había disminuido! En el reinado de Anshar y Kishar, hicieron aparición
las plagas del campo; no se las podía vencer con trabajo. El hijo de ambos, En.Shar, ascendió después al
trono; de la dinastía, era el sexto. Noble Maestro del Shar significaba su nombre. Con gran entendimiento
nació, dominó muchos conocimientos con mucha erudición. Buscó caminos para dominar las aflicciones; de la
vuelta celeste de Nibiru, hizo mucho estudio. En su bucle, abrazaba a cinco miembros de la familia del Sol,
planetas de deslumbrante belleza. Buscando remedios para las aflicciones, hizo examinar sus atmósferas. A
cada uno le dio un nombre, a antepasados ancestrales honró; los consideró como parejas celestes An y Antu,
los planetas gemelos, llamó a los dos primeros en ser encontrados. Más allá de la vuelta de Nibiru, estaban
Anshar y Kishar, por su tamaño los más grandes. Como un mensajero, Gaga entre los otros corría, a veces el
primero en encontrar Nibiru. Cinco en total eran los que recibían a Nibiru en el cielo, mientras circundaba al Sol.
Más allá, como una frontera, el Brazalete Repujado circundaba al Sol; como un guardián de la región prohibida
del cielo, con escombros protegía. Otros hijos del Sol, cuatro en número, escudaba de la intrusión el brazalete.
Las atmósferas de los cinco primeros se puso a estudiar Enshar. En su vuelta repetida, en el bucle de Nibiru,
se examinaron atentamente los cinco. Qué atmósferas poseían, se examinaron intensamente por observación
y con carros celestiales. Los hallazgos fueron sorprendentes, los descubrimientos confusos. De vuelta en
vuelta, la atmósfera de Nibiru más brechas sufría. En los consejos de los eruditos, los remedios se debatían
con avidez; se consideraron formas de vendar la herida urgentemente. Se intentó un nuevo escudo que
envolviera al planeta; todo lo que se lanzó hacia arriba, cayó de vuelta al suelo.
En los consejos de los eruditos, se estudiaron las erupciones de los volcanes. La atmósfera, se había creado
por las erupciones volcánicas; su herida había tenido lugar por la disminución de erupciones. ¡Que con
invenciones se potencien nuevas erupciones, que los volcanes escupan de nuevo!, estaba diciendo un grupo
de sabios. Cómo alcanzar la hazaña, con qué herramientas conseguir más erupciones, nadie podía dar cuenta
al rey. En el reinado de Enshar, se hizo más grande la brecha en los cielos. Las lluvias se negaban, los vientos
soplaban más fuerte; los manantiales de las profundidades no emergían. En las tierras, había una maldición;
los pechos de las madres se secaron. En el palacio, había aflicción; había una maldición allí dentro. Como
Primera Esposa, Enshar desposó a una hermanastra, ateniéndose a la Ley de la Simiente. Nin.Shar fue
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llamada, de los Shars la Dama. Un hijo no tuvo. Por una concubina, a Enshar le nació un hijo; fue el hijo
Primogénito. Por Ninshar, Primera Esposa y hermanastra, no llegó un hijo. Por la Ley de Sucesión, el hijo de
la concubina ascendió al trono; fue el séptimo en reinar. Du.Uru fue su nombre real; En el Lugar de Morada
Forjado era su significado; de hecho, fue concebido en la Casa de las Concubinas, no en el palacio. Como
esposa, una doncella amada desde su juventud eligió Duuru; por amor, no por simiente, seleccionó una
Primera Esposa. Da.Uru fue su nombre real; La Que Está a Mi Lado era el significado. En la corte real, la
confusión corría desenfrenada. Los hijos no eran herederos, las esposas no eran hermanastras. En la tierra,
iba creciendo el sufrimiento. Los campos olvidaron su abundancia, y entre el pueblo disminuyó la fertilidad. En
el palacio, la fertilidad estaba ausente; no habían tenido ni hijo ni hija. De la simiente de An, siete fueron los
soberanos; después, de su simiente se secó el trono. Dauru encontró a un niño en la puerta del palacio; como
a un hijo lo abrazó. Al final, Duuru como a un hijo lo adoptó, lo nombró Heredero Legal; Lahma, que significa
Sequedad, fue el nombre que se le dio. En el palacio, los príncipes protestaban; en el Consejo, había quejas. Al
final, Lahma ascendió al trono. Aunque no era de la simiente de An, fue el octavo en reinar. En los consejos de
los eruditos, se dieron dos sugerencias para sanar la brecha: una fue el uso de un metal, oro era su nombre.
En Nibiru, era muy raro; dentro del Brazalete Repujado era abundante. Era la única sustancia que se podía
moler hasta el polvo más fino; elevado hasta el cielo, podía quedar suspendido. Así, con reaprovisionamientos,
la brecha se sanaría, habría una mejor protección. ¡Que se construyan naves celestiales, que una flota celestial
traiga el oro a Nibiru! ¡Que se creen Armas de Terror!, fue la otra sugerencia; armas que sacudan y aflojen el
suelo, que agrieten las montañas; Atacar con proyectiles los volcanes, su letargo remover, estimular sus
erupciones, ¡recargar la atmósfera, hacer desaparecer la brecha! Lahma era débil para tomar una decisión; no
sabía qué opción tomar.
Nibiru completó una vuelta, dos Shars siguió contando Nibiru. En los campos, la aflicción no cejaba. La
atmósfera no se reparaba con las erupciones volcánicas. Pasó un tercer Shar, un cuarto se contó. No se
obtenía oro. Los conflictos abundaban en el reino; la comida y el agua escaseaban. La unidad se perdió en el
reino; las acusaciones eran abundantes. En la corte real, los sabios iban y venían; los consejeros corrían arriba
y abajo. El rey no prestaba atención a sus palabras. Sólo buscaba consejo en su esposa; Lahama era su
nombre. Si fuera el destino, supliquemos al Gran Creador de Todo, al rey, dijo ella. ¡Suplicar, no actuar, es la
única esperanza! En la corte real, los príncipes estaban inquietos; se le dirigían acusaciones al rey: ¡De forma
estúpida y absurda, está trayendo calamidades aún mayores en vez de cura! De los antiguos depósitos, se
recuperaron las armas; había mucho que hablar de rebelión. Un príncipe, en el palacio real, fue el primero en
tomar las armas. Con palabras de promesa, agitó a los otros príncipes; Alalu era su nombre. ¡Que Lahma ya no
sea más el rey!, gritó. ¡Que la decisión sustituya a la vacilación! ¡Venid, vamos a desalentar al rey en su
morada; hagamos que abandone el trono! Los príncipes hicieron caso a sus palabras; las puertas del palacio
abrieron con violencia; a la sala del trono, su entrada prohibida, como aguas en avalancha llegaron. El rey
escapó a la torre del palacio; Alalu fue en su persecución. En la torre hubo lucha; Lahma cayó muerto. ¡Lahma
ya no está!, gritó Alalu. Ya no está el rey, anunció con alborozo. A la sala del trono se dirigió apresuradamente
Alalu, en el trono él mismo se sentó. Sin derecho ni consejo, él mismo se proclamó rey. Se había perdido la
unidad en el reino; unos se alegraron por la muerte de Lahma, otros se entristecieron por lo que había hecho
Alalu. Viene ahora el relato del reinado de Alalu y de la ida a la Tierra. Se había perdido la unidad en el reino;
muchos se sentían ofendidos sobre la realeza. En el palacio, los príncipes estaban agitados; en el consejo, los
consejeros estaban turbados. De padre a hijo, la sucesión de An prosiguió en el trono; incluso Lahma, el
octavo, había sido declarado hijo por adopción. ¿Quién era Alalu? ¿Acaso era un Heredero Legal, era el
Primogénito? ¿Bajo qué derecho había usurpado el trono? ¿No era el asesino del rey? Ante los Siete Que
Juzgan, fue convocado Alalu para considerar su suerte. Ante los Siete Que Juzgan, Alalu expuso sus
pretensiones: ¡Aún sin ser Heredero Legal ni hijo Primogénito, de simiente real sí que era! De Anshargal
desciendo, ante los jueces reclamó. De una concubina, mi antepasado le nació a él; Alam era su nombre. Por
la cuenta de Shars, Alam fue el primogénito; a él le pertenecía el trono. Por una confabulación, la reina dejó a
un lado sus derechos! La Ley de la Simiente de la nada se inventó, para que su hijo obtuviera la realeza. A
Alam se le privó de la realeza; y al hijo de ella, en su lugar, le fue concedida. Por descendencia, soy el
continuador de las generaciones de Alam; ¡la semilla de Anshargal está dentro de mí! Los Siete Que Juzgan
tuvieron en cuenta las palabras de Alalu. Al Consejo de Consejeros pasaron el asunto, para que dirimieran su
veracidad o falsedad. Se trajeron los anales reales de la Casa de Registros; con mucha atención, se leyeron.
An y Antu, la primera pareja real, estaban; tres hijos y ninguna hija a ellos les nacieron. El Primogénito fue
Anki; él murió en el trono; no tuvo descendencia. En su lugar, el hijo mediano ascendió al trono; Anib fue su
nombre. Anshargal fue su Primogénito; al trono ascendió. Después de él, en el trono, no continuó la realeza del
Primogénito; La Ley de Sucesión se sustituyó por la Ley de la Simiente. El hijo de una concubina era el
Primogénito; por la Ley de la Simiente, se le privaba de la realeza. Así se le concedió la realeza al hijo de
Kishargal; siendo la razón ser hermanastra del rey. Del hijo de la concubina, del Primogénito, los anales no
hacían mención. ¡De él soy descendiente!, gritó Alalu a los consejeros. ¡Por la Ley de Sucesión, a él le
pertenecía la realeza; por la Ley de Sucesión, a la realeza tengo ahora derecho! Con vacilaciones, los
consejeros de Alalu exigieron un juramento de verdad. Alalu prestó el juramento; como rey le consideró el
consejo. Convocaron a los ancianos, convocaron a los príncipes; ante ellos, pronunciaron la decisión. De entre
los príncipes, un joven príncipe se adelantó; quería decir algo acerca de la realeza. Se debería reconsiderar la
sucesión, dijo a la asamblea. Aunque ni Primogénito, ni hijo de la reina, de pura simiente desciendo: ¡La
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esencia de An se preservó en mí, sin diluirse en concubina! Los consejeros escucharon sus palabras con
sorpresa; al joven príncipe le dijeron que se acercara. Le preguntaron su nombre. Es Anu; ¡por mi antepasado
An, fui así nombrado! Le preguntaron por sus generaciones; de los tres hijos de An, les recordó: Anki fue el
Primogénito, sin hijo ni hija murió; Anib fue el mediano, en el lugar de Anki ascendió al trono; Anib tomó por
esposa a la hija de su hermano menor; a partir de ellos, se registra en los anales la sucesión. ¿Quién fue el
hermano pequeño, hijo de An y de Antu, de la simiente más pura? Los consejeros, admirados, se miraban
entre sí. ¡Enuru era su nombre!, les anunció Anu: ¡Él fue mi gran antepasado! Su esposa, Ninuru, era una
hermanastra; el hijo de ella fue el primogénito; Enama fue su nombre. La esposa de éste era una hermanastra,
por las leyes de simiente y sucesión, un hijo le dio. ¡De descendientes puros continuaron las generaciones, por
ley y por simiente perfectas! Anu, por nuestro antepasado An, me pusieron mis padres a mí; Del trono se nos
apartó; de la simiente pura de An no se nos apartó! ¡Que Anu sea rey!, gritaron muchos consejeros. ¡Que se
destituya a Alalu! Otros aconsejaron cautela: ¡Evitemos conflictos, que prevalezca la unidad! Llamaron a Alalu,
para contarle lo que se había descubierto. Al príncipe Anu, Alalu le ofreció su brazo en abrazo; a Anu le dijo
así: Aunque de diferente descendencia, de un único antepasado descendemos ambos; ¡vivamos en paz, juntos
devolveremos la abundancia a Nibiru! ¡Déjame conservar el trono, conserva tú la sucesión! Al consejo dirigió
estas palabras: ¡Que Anu sea Príncipe Coronado, que sea él mi sucesor! ¡Que su hijo se case con mi hija, que
se unifique la sucesión! Anu hizo una reverencia ante el consejo, ante la asamblea declaró así: De Alalu, el
copero seré, su sucesor a la espera; un hijo mío a una hija suya elegirá como novia. Ésa fue la decisión del
consejo; se inscribió en los anales reales. De esta manera, Alalu siguió sentado en el trono. Él convocó a los
sabios, a eruditos y comandantes consultó; para decidir, obtuvo muchos conocimientos. Que se construyan
naves celestiales, decidió, para buscar oro en el Brazalete Repujado, decidió. Los Brazaletes Repujados
destruyeron las naves; ninguna de ellas volvió. ¡Que las Armas de Terror abran las entrañas de Nibiru, que los
volcanes vuelvan a la erupción!, ordenó entonces. Se armaron carros celestes con las Armas de Terror, con
proyectiles de terror golpearon a los volcanes desde los cielos. Las montañas se balancearon, los valles se
estremecieron, mientras grandes resplandores estallaban con estruendo. Había mucho alborozo en el reino;
había expectativas de abundancia. En el palacio, Anu era el copero de Alalu. Él se postraría a los pies de Alalu,
le pondría la copa en la mano. Alalu era el rey; a Anu le trataba como a un sirviente. En el reino, el alborozo se
apagó; las lluvias se negaban a caer, los vientos soplaban con más fuerza. Las erupciones de los volcanes no
aumentaban, no sanaba la brecha en la atmósfera. Nibiru seguía recorriendo sus vueltas en los cielos; de
vuelta en vuelta, el calor y el frío se hacían más difíciles de sufrir. El pueblo de Nibiru dejó de venerar a su rey;
¡en vez de alivio, había traído miseria! Alalu seguía sentado en el trono. El fuerte y sabio Anu, el primero entre
los príncipes, estaba de pie ante él. Se postraría ante los pies de Alalu, le pondría la copa en la mano. Durante
nueve períodos contados, Alalu fue rey en Nibiru. En el noveno Shar, Anu presentó batalla a Alalu. Desafió a
Alalu a un combate mano a mano, con los cuerpos desnudos. Que el vencedor sea rey, dijo Anu. Forcejearon
entre sí en la plaza pública; las jambas de las puertas temblaron y las paredes se remecieron. Alalu hincó la
rodilla; al suelo cayó sobre su pecho. Alalu fue derrotado en combate; por aclamación, Anu fue proclamado rey.
Anu fue escoltado hasta el palacio; Alalu al palacio no volvió. De entre las masas, sigilosamente escapó; tenía
miedo de morir como Lahma.
Sin que lo reconocieran, fue apresuradamente hasta el lugar de los carros celestiales. Alalu se subió a un
carro que arrojaba de proyectiles; cerró la portezuela tras él. Entró en la cámara de la parte delantera; ocupó el
asiento del comandante. Encendió Lo-Que-Muestra-el-Camino, la cámara se llenó con una aura azulada.
Levantó las Piedras de Fuego; el zumbido de éstas, como la música, era cautivador. Avivó el Gran
Quebrantador del carro; arrojaba un resplandor rojizo. Sin percatarse nadie de ello, Alalu escapó de Nibiru en la
nave celestial. Hacia la nivea Tierra puso rumbo Alalu; por un secreto del Principio, eligió su destino.
Sinopsis de la Segunda Tablilla
La huida de Alalu en una nave espacial con armas nucleares
Pone rumbo a Ki, el séptimo planeta (la Tierra)
Por qué espera encontrar oro en la Tierra
La cosmogonía del sistema solar; el agua y el oro de Tiamat
La aparición de Nibiru desde el espacio exterior
La Batalla Celestial y la ruptura de Tiamat
La Tierra, la mitad de Tiamat, hereda sus aguas y su oro
Kingu, el principal satélite de Tiamat, se convierte en la Luna de la Tierra
Nibiru es destinada a orbitar para siempre al Sol
La llegada de Alalu y su aterrizaje en la Tierra
Alalu, al descubrir oro, tiene la suerte de Nibiru en sus manos
Una representación babilónica de la Batalla Celestial
LA SEGUNDA TABLILLA
Hacia la nivea Tierra puso rumbo Alalu; por un secreto del Principio, eligió su destino. Hacia las regiones
prohibidas se encaminó Alalu; nadie había ido antes allí,
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nadie había intentado cruzar el Brazalete Repujado.
Un secreto del Principio había determinado el curso de Alalu,
la suerte de Nibiru ponía en sus manos, ¡mediante un plan, haría su realeza universal!
En Nibiru, el exilio era seguro, a la misma muerte se arriesgaba.
En su plan, había riesgos en el viaje; ¡pero la gloria eterna del éxito era la recompensa!
Como un águila, Alalu exploró los cielos; abajo, Nibiru era una bola suspendida en el vacío.
Su silueta era atractiva, su resplandor blasonaba los cielos circundantes. Su tamaño era enorme, destellaba el
fuego de sus erupciones. Su envoltorio sustentador de vida, su tono rojizo, era como espuma marina; En su
mitad, se veía la brecha, como una herida oscura.
Miró hacia abajo de nuevo; la amplia brecha se había convertido en una cubeta.
Volvió a mirar, la gran bola de Nibiru se había convertido en una fruta pequeña;
La siguiente vez que miró, Nibiru había desaparecido en el gran mar oscuro.
El remordimiento se aferró al corazón de Alalu, el miedo lo tenía entre sus manos; la decisión se trocó en duda.
Alalu consideró si detener su
trayectoria; luego, desde
la audacia regresó
a la decisión.
Cien leguas, mil leguas recorrió el carro; diez mil leguas viajó el carro. En los amplios cielos, la oscuridad fue la
más oscura; en la lejanía, las
estrellas distantes parpadeaban ante sus ojos. Más leguas viajó Alalu y, luego, su mirada encontró una visión
de gran alborozo:
¡En la extensión de los cielos, el emisario de los celestiales le daba la bienvenida!
El pequeño Gaga, El Que Muestra el Camino, le daba la bienvenida a Alalu con su vuelta, hasta él extendía su
bienvenida.
Deambulando desvaído, estaba destinado a viajar antes y después del celestial Antu,
con el rostro hacia delante, con el rostro hacia atrás, con dos rostros estaba dotado.
Su aparición, al ser el primero en recibir a Alalu, lo consideró éste como
un buen augurio;
¡por los dioses celestiales es bienvenido!, así lo entendió.
En su carro, Alalu siguió el sendero de Gaga; hasta el segundo dios de los cielos se dirigía.
Pronto el celestial Antu, el nombre que le diera el Rey Enshar, se divisó en la oscuridad de las profundidades;
azul como las aguas puras era su color; de las Aguas Superiores era el comienzo.
Alalu se quedó encantado con la belleza de la visión; a cierta distancia continuó su recorrido.
En la lejanía, el esposo de Antu empezó a brillar, por tamaño igual al de Antu;
Como el doble de su esposa, por un verde azulado se distinguía a An. Una fascinante multitud lo circundaba;
de suelos firmes estaban provistos. Alalu les dio una afectuosa despedida a los dos celestiales, discerniendo
todavía el sendero de Gaga. Estaba mostrando el sendero hacia su antiguo señor, del cual una vez fue
consejero:
hacia Anshar, el Primero de los Príncipes de los cielos, se dirigía el recorrido.
Acelerando el carro, Alalu pudo vencer la insidiosa atracción de Anshar; ¡con anillos brillantes de fascinantes
colores hechizaba el carro!
Alalu dirigió rápidamente la mirada a un lado, y desvió con fuerza Lo Que Muestra el Camino.
Entonces, ante él apareció una visión aún más temible: ¡en los cielos lejanos, la estrella brillante de la familia
llegó a ver!
Una visión más atemorizadora siguió a la revelación:
Un monstruo gigante, moviéndose en su destino, arrojó una sombra sobre el Sol; ¡Kishar se tragó a su creador!
Pavoroso fue el acontecimiento; un mal augurio, pensó de hecho Alalu. El gigante Kishar, el primero de los
Planetas Estables, tenía un tamaño abrumador.
Tormentas de remolinos oscurecían su rostro, y movían manchas de colores de aquí para allá;
Una hueste innumerable, unos rápidos, otros lentos, circundaban al dios celestial.
Dificultosos eran sus caminos, adelante y atrás se agitaban.
El mismo Kishar lanzó un hechizo, estaba arrojando relámpagos divinos.
Mientras Alalu observaba, su curso se vio afectado,
se distrajo su dirección, sus actos se hicieron confusos.
Después, el oscurecimiento de la profundidad comenzó a pasar: Kishar en su destino prosiguió su vuelta.
Moviéndose lentamente, levantó su velo sobre el Sol radiante; Aquél del Principio llegó a verse plenamente.
Pero la alegría del corazón de Alalu no duró demasiado;
más allá del quinto planeta, acechaba el mayor de los peligros, como ya sabía.
El Brazalete Repujado dominaba más adelante, ¡era de esperar la destrucción!
De rocas y piedras estaba compuesto, como huérfanos sin madre se agrupaban.
Abalanzándose por delante y por detrás, seguían un destino pasado.
Sus hechos eran detestables; difíciles sus senderos.
Habían devorado a los carros de exploración de Nibiru como leones hambrientos;
Se negaban a entregar el precioso oro, necesario para la supervivencia. Hacia el Brazalete Repujado se
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precipitó el carro de Alalu, a enfrentarse audazmente en estrecho combate con las feroces piedras. Alalu tiró
hacia arriba con más fuerza las Piedras de Fuego de su carro, dirigió Lo Que Muestra el Camino con mano
firme. Las siniestras rocas cargaron contra el carro, como un enemigo al ataque en la batalla.
Alalu soltó desde el carro un proyectil portador de muerte hacia ellas; y después, otra y otra, contra el enemigo,
las armas de terror arrojó. Como guerreros asustados, las rocas regresaron, abriendo un sendero paraAlalu.
Como por hechizo, el Brazalete Repujado le abrió una puerta al rey. En la oscura profundidad, Alalu pudo ver
los cielos con claridad; no fue derrotado por la ferocidad del Brazalete, ¡su misión no había terminado!
En la distancia, la bola ígnea del Sol extendía su resplandor; estaba emitiendo rayos de bienvenida hacia Alalu.
Delante del Sol, un planeta pardo rojizo recorría su vuelta; era el sexto en la cuenta de dioses celestiales.
Alalu no pudo sino entreverlo: sobre su predestinado recorrido, se apartaba con rapidez del sendero de Alalu.
Después, apareció la nivea Tierra, el séptimo en la cuenta celestial. Alalu puso rumbo al planeta, hacia un
destino más tentador. Su atractiva esfera era más pequeña que Nibiru, su red de atracción era más débil que la
de Nibiru. Su atmósfera era más delgada que la de Nibiru, en ella se arremolinaban las nubes.
Abajo, la Tierra estaba dividida en tres regiones: blanco de nieve en la cima y en la base, azul y marrón entre
ellas. Con destreza, Alalu desplegó las alas de detención del carro para circundar la bola de la Tierra.
En la región media, pudo discernir tierra firme y océanos acuosos. Dirigió hacia abajo el Rayo Que Penetra,
para detectar las interioridades de la Tierra.
¡Lo he conseguido!, gritó extáticamente: Oro, mucho oro, había indicado el rayo; ¡estaba por debajo de la
región de color oscuro, en las aguas también había! Golpeándole el corazón en el pecho, Alalu estaba
valorando una decisión:
¿haría descender su carro sobre la tierra seca, quizás para estrellareis y morir?
¿Pondría rumbo a las aguas, quizás para hundirse en el olvido? ¿Qué camino debía tomar para sobrevivir?
¿Descubriría el valioso oro? En el asiento del Águila, Alalu no se agitó; en manos del hado confió el carro.
Completamente cautivo en la red atractiva de la Tierra, el carro se iba moviendo cada vez más rápido. La alas
extendidas se encendieron; la atmósfera de la Tierra era como un horno.
Luego, el carro tembló, emitiendo un estruendo mortífero.
Abruptamente, el carro chocó, deteniéndose de repente.
Sin sentido por la sacudida, aturdido por el choque, Alalu, se quedo inmóvil,
Luego, abrió los ojos y supo que estaba entre los vivos;
al planeta del oro había llegado victorioso.
Viene ahora el relato de la Tierra y su oro;
es un relato del Principio, y de cómo los dioses celestiales fueron creados. En el Principio,
cuando en el Arriba los dioses de los cielos no habían sido llamados a ser,
y en el Ki de Abajo, el Suelo Firme aún no había sido nombrado,
solo en el vacío existía Apsu, su Engendrador Primordial.
En las alturas del Arriba, los dioses celestiales aún no habían sido creados; en las aguas del Abajo, los dioses
celestiales aún no habían aparecido. Arriba y Abajo, los dioses aún no habían sido formados, los destinos aún
no se habían decretado.
Ninguna caña se había formado aún, ni tierra pantanosa había aparecido;
Apsu, solo, reinaba en el vacío.
Después, mediante los vientos de Apsu, las aguas primordiales se mezclaron, un hábil y divino conjuro lanzó
Apsu sobre las aguas.
Sobre la profundidad del vacío, él vertió un profundo sueño;
Tiamat, la Madre de Todo, forjó como esposa para sí mismo.
¡Una madre celestial, era ciertamente una belleza acuosa!
Junto a él, Apsu trajo después al pequeño Mummu,
como mensajero suyo lo nombró, para hacerle un presente a Tiamat.
Un regalo resplandeciente concedió Apsu a su esposa:
¡un radiante metal, el imperecedero oro, para que sólo ella lo poseyera!
Después fue cuando los dos mezclaron sus aguas, para que salieran entre ellos los hijos divinos.
Varón y hembra fueron creados los celestiales; Lahmu y Lahamu por nombres se les dieron.
En el Abajo, Apsu y Tiamat les hicieron una morada. Antes de que hubieran crecido en edad y en estatura, en
las aguas del Arriba, Anshar y Kishar fueron formados, sobrepasando a sus hermanos en tamaño. Los dos
fueron forjados como pareja celestial; un hijo, An, en los cielos distantes fue su heredero. Después, Antu, para
ser su esposa, fue creada como igual de An; la morada de ambos se hizo como frontera de las Aguas
Superiores. Así fueron creadas tres parejas celestes, Abajo y Arriba, en las profundidades; por sus nombres se
les llamó, ellos formaron la familia de Apsu con Mummu y Tiamat.
En aquel tiempo, Nibiru aún no se había visto, la Tierra aún no había sido llamada a ser. Estaban mezcladas
las aguas celestes; aún no estaban separadas por un Brazalete Repujado.
En aquel tiempo, las vueltas aún no estaban del todo diseñadas; los destinos de los dioses aún no estaban
firmemente decretados; los parientes celestiales se agrupaban; erráticos eran sus caminos. Para Apsu, sus
caminos eran ciertamente detestables; Tiamat, sin poder descansar, se sentía agraviada y enfurecida. Una
multitud formó para que marcharan a su lado, una multitud rugiente y terrible creó contra los hijos de Apsu. En
total, once de esta especie creó; ella hizo al primogénito, Kingu, jefe entre ellos.
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Cuando los dioses celestiales oyeron esto, en consejo se reunieron.
¡Ha elevado a Kingu, le ha dado mando hasta el grado de An!, se dijeron entre sí.
Una Tablilla de Destino en su pecho ha puesto, para que se procure su propia vuelta,
ha instruido a su vastago Kingu para combatir contra los dioses.
¿Quién se resistirá a Tiamat?, los dioses se preguntaron entre sí.
Ninguno en sus vueltas se adelantó, ninguno llevaría un arma para la batalla.
En aquel tiempo, en el corazón de lo Profundo fue engendrado un dios,
nació en una Cámara de Hados, un lugar de destinos.
Un hábil Creador lo forjó, era hijo de su propio Sol.
Desde lo Profundo, donde fue engendrado, el dios se separó de su familia en un arrebato;
con él llevaba un regalo de su Creador, la Simiente de Vida.
Puso rumbo hacia el vacío; un nuevo destino estaba buscando.
La primera en atisbar al celestial errante fue la siempre atenta Antu.
Su figura era atractiva, resplandecía radiante, señoriales eran sus andares, extremadamente grande era su
curso. De todos los dioses era el más elevado, su vuelta sobrepasaba a las de los demás. La primera en
vislumbrarlo fue Antu, de cuyo pecho ningún hijo había mamado.
¡Ven, sé mi hijo!, le llamó. ¡Deja que sea tu madre! Ella le arrojó su red y le dio la bienvenida, hizo su rumbo
adecuado para el propósito. Sus palabras llenaron de orgullo el corazón del recién llegado; aquella que lo
criaría lo hizo altivo.
Su cabeza hasta el doble de su tamaño creció; cuatro miembros a sus lados le brotaron.
El movió sus labios en reconocimiento, un fuego divino fulguró desde ellos. Viró su rumbo hacia Antu, y no
tardó en mostrar su rostro a An. Cuando An lo vio, ¡Hijo mío!, exaltado gritó.
¡Para el liderazgo se te confiará! ¡Junto a ti, una hueste serán tus sirvientes! ¡Que Nibiru sea tu nombre,
conocido por siempre como Cruce!
Él se postró ante Nibiru, volvió su rostro ante el paso de Nibiru; extendió su red, cuatro sirvientes formó para
Nibiru, para que fueran, junto a él, su hueste: el Viento Sur, el Viento Norte, el Viento Este, el Viento Oeste.
Con el corazón gozoso, An anunció a Anshar, su predecesor, la llegada de Nibiru.
Al oír esto, Anshar envió a Gaga, que estaba a su lado, como emisario. Palabras de sabiduría le transmitió a
An, para asignarle una tarea a Nibiru. Él le encargó a Gaga que pusiera voz a lo que había en su corazón, a An
decirle así:
Tiamat, la que nos engendró, ahora nos detesta; ha puesto en pie una hueste de guerra, está enfurecida y llena
de ira. Contra los dioses, sus hijos, once guerreros marchan a su lado; de entre ellos, ha elevado a Kingu, y le
ha marcado en el pecho un destino sin derecho. Ningún dios entre nosotros podrá sostenerse frente a su
malevolencia, su hueste ha puesto el miedo en todos nosotros. ¡Que Nibiru se convierta en nuestro Vengador!
¡Que él venza a Tiamat, que salve nuestras vidas!
¡Para él decreto un hado, que salga y se enfrente a nuestra poderosa enemiga!
Gaga partió hacia An; se postró ante él y las palabras de Anshar repitió. An repitió a Nibiru las palabras de su
predecesor, le reveló a él el mensaje de Gaga. Nibiru escuchó maravillado las palabras; fascinado oyó hablar
de la madre que devoraría a sus hijos.
Sin decirlo, su corazón ya lo había impulsado a salir contra Tiamat. Abrió la boca, y dijo así a An y a Gaga: ¡Si
para salvar vuestras vidas he de vencer a Tiamat, convocad a los dioses en asamblea, proclamad supremo mi
destino! ¡Que todos los dioses acuerden en consejo hacerme el líder, someterse a mi mandato!
Cuando Lahmu y Lahamu oyeron esto, gritaron angustiados: ¡Extraña era la demanda, no se puede
comprender su sentido!, dijeron ellos. Los dioses que decretan los hados consultaron entre sí;
Accedieron a hacer de Nibiru su vengador, para él decretaron un hado exaltado;
¡A partir de este día, inalterables serán tus mandatos!, le dijeron a él.
¡Ninguno de entre nosotros los dioses transgrediremos tus límites!
¡Ve, Nibiru, sé nuestro Vengador!
Forjaron para él una vuelta principesca para que avanzara hacia Tiamat; le dieron sus bendiciones a Nibiru, le
dieron armas terribles a Nibiru.
Anshar forjó tres vientos más de Nibiru: el Viento Maligno, el Torbellino, el Viento Sin Par.
Kishar llenó su cuerpo con una llama ardorosa, y una red para envolver a Tiamat. Así, listo para la batalla,
Nibiru puso rumbo en dirección a Tiamat.
Viene ahora el relato de la Batalla Celestial, y de cómo la Tierra vino a ser, y del destino de Nibiru.
El señor salió; establecido por los hados, siguió su rumbo; a la terrible Tiamat plantó cara, con sus labios
pronunció un conjuro.
Como manto de protección, puso en marcha el Pulsador y el Emisor; con una impresionante radiación fue
coronada su cabeza.
A su derecha, apostó al Que Hiere; en su izquierda, colocó al Repulsor.
Los siete vientos, su hueste de auxiliares, como una tormenta envió;
Se precipitó hacia la terrible Tiamat, con un clamor de batalla.
Los dioses se arremolinaron junto a él, después se apartaron de su caminó, avanzó solo para examinar a
Tiamat y a sus ayudantes, para hacerse una idea de los planes de Kingu, el comandante de su hueste.
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Cuando vio al valiente Kingu, se le nubló la vista; mientras miraba a los monstruos, se le distrajo la dirección,
su rumbo se trastocó, sus actos se confundieron.
El grupo de Tiamat la rodeaba estrechamente, temblaban de terror.
Tiamat estremeció sus raíces, un rugido poderoso emitió; lanzó un hechizo sobre Nibiru, lo envolvió con sus
encantos.
iLa suerte entre ellos estaba echada, la batalla era inevitable!
Cara a cara se encontraron, Tiamat y Nibiru; avanzaban uno contra otro
Se acercaban a la batalla, buscando el singular combate.
El Señor extendió su red, para envolverla la lanzó;
Tiamat gritó con furia; como poseída, perdió sus sentidos. El Viento Maligno, que había estado tras él, a Nibiru
adelantó, ante el rostro de ella lo soltó; ella abrió la boca para tragarse al Viento Maligno, pero no pudo cerrar
los labios.
El Viento Maligno cargó contra su vientre, se abrió paso en sus entrañas. Sus entrañas aullaban, su cuerpo se
dilató, la boca se le abrió.
A través de la abertura, Nibiru disparó una flecha brillante, un relámpago divino.
La flecha le despedazó las entrañas, le hizo pedazos el vientre; le desgarró la matriz, le partió el corazón.
Habiéndola sometido así, él extinguió su aliento vital. Nibiru contempló el cuerpo sin vida, Tiamat era ahora un
cadáver masacrado.
Junto a su señora sin vida, sus once ayudantes temblaban de terror; quedaron capturados en la red de Nibiru,
incapaces como eran de huir. Kingu, a quien Tiamat había hecho jefe de su hueste, estaba entre ellos. El
Señor le puso grilletes, y a su señora sin vida lo encadenó. Le arrebató a Kingu las Tablillas de los Destinos,
que sin ningún derecho se le habían dado, le estampó su propio sello, sujetó el Destino a su propio pecho. Al
resto del grupo de Tiamat los ató como cautivos, en su propia vuelta los atrapó.
Los puso bajo su pie, los cortó en pedazos.
Los ató a todos a su vuelta; les hizo girar alrededor, con el rumbo invertido. Después, Nibiru partió del Lugar de
la Batalla, anunció la victoria a los dioses que le habían nombrado. Dio la vuelta alrededor de Apsu, hacia
Kishar y Anshar viajó. Gaga salió a recibirle, y como heraldo hacia los demás viajó después. Más allá de An y
Antu, Nibiru se encaminó hacia la Morada en lo Profundo.
Sobre la suerte de la inerte Tiamat y de Kingu reflexionó después, a Tiamat, a la que había sometido, el Señor
Nibiru volvió más tarde. Se encaminó hacia ella, se detuvo a ver su cuerpo sin vida; estuvo planeando en su
corazón dividir hábilmente al monstruo.
Después, como un mejillón, en dos partes la dividió, separó el tronco de las partes inferiores.
Separó los canales internos de ella, maravillado contempló sus venas doradas. Pisando su parte posterior, el
Señor cortó completamente la parte superior. El Viento Norte, su ayudante, a su lado llamó, que se llevara la
cabeza cercenada, le ordenó al Viento, que la pusiera en el vacío.
El Viento de Nibiru se cernió pues sobre Tiamat, barriendo sus chorreantes aguas.
Nibiru disparó un rayo, al Viento Norte le dio una señal; en un resplandor, la parte superior de Tiamat fue
llevada a una región desconocida.
Con ella, también fue exiliado el encadenado Kingu, para que fuera compañero de la parte seccionada.
Después, Nibiru reflexionó sobre la suerte de la parte posterior: quería que fuera un trofeo imperecedero de la
batalla, un recordatorio constante en los cielos, que señalara el Lugar de la Batalla.
Con su maza, golpeó la parte posterior hasta hacerla trozos pequeños, después los enlazó en una banda hasta
formar un Brazalete Repujado, entrelazándolos, los situó como guardianes, un Firmamento para dividir las
aguas de las aguas.
Las Aguas Superiores por encima del Firmamento de las Aguas Inferiores separó; así forjó Nibiru sus hábiles
obras.
Después, el Señor cruzó los cielos para inspeccionar las regiones; desde la zona de Apsu hasta la morada de
Gaga midió las dimensiones.
Se detuvo y vaciló; después, regresó lentamente al Firmamento, al Lugar de la Batalla.
Pasando de nuevo por la región de Apsu, en la desaparecida esposa del Sol pensó con remordimiento.
Contempló la mitad herida de Tiamat, prestó atención a la Parte Superior; las aguas de vida, generosas en ella,
de las heridas seguían manando, sus venas doradas reflejaban los rayos de Apsu. De la Simiente de la Vida,
del legado del Creador, se acordó entonces Nibiru. ¡Cuando puso su pie sobre Tiamat, cuando la partió en
pedazos, sin duda él le impartió la simiente a ella!
Nibiru se dirigió a Apsu, diciéndole así: ¡Con tus cálidos rayos, da salud a las heridas! ¡Que a la parte rota
nueva vida le sea dada, que sea en tu familia como una hija, que las aguas en un lugar se reúnan, que
aparezca tierra firme! ¡Por Tierra Firme que sea llamada, Ki será su nombre a partir de ahora! Apsu hizo caso a
las palabras de Nibiru: ¡Que la Tierra se una a mi familia, Ki, Tierra Firme del Abajo, que Tierra sea su nombre
a partir de ahora! ¡Que, con su giro, haya día y haya noche; en los días, la proveeré con mis rayos curadores!
¡Que Kingu sea una criatura de la noche, lo designaré para que brille en la noche compañera de la Tierra, para
siempre Luna será! Nibiru escuchó satisfecho las palabras de Apsu. Nibiru cruzó los cielos e inspeccionó las
regiones, a los dioses que le habían elevado concedió posiciones permanentes, destinó sus vueltas para que
ninguno transgrediera la de los demás ni se quedara corto.
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Fortaleció las esclusas celestes, puso puertas en ambos lados. Una morada remota eligió para sí, más allá de
Gaga estaban sus dimensiones.
Le suplicó a Apsu que decretara para él la gran vuelta como su destino. Todos los dioses levantaron su voz
desde sus posiciones: ¡Que la soberanía de Nibiru sea sobresaliente!
¡El más radiante de los dioses es, que sea en verdad el Hijo del Sol! Desde su región, Apsu dio su bendición:
¡Nibiru mantendrá el cruce de Cielo y Tierra; Cruce será su nombre!
Los dioses no cruzarán ni arriba ni abajo;
Él mantendrá la posición central, será el pastor de los dioses.
¡Un Shar será su vuelta; ése será su Destino para siempre!
Viene ahora el relato de cómo comenzaron los Tiempos de Antaño, y de la era que, en los Anales, fue conocida
por el nombre de Era Dorada, y cómo fueron las misiones de Nibiru a la Tierra para obtener oro.
La huida de Alalu desde Nibiru fue su comienzo.
Alalu estaba dotado de gran entendimiento, muchos conocimientos había adquirido en su aprendizaje. De su
antecesor Anshargal, de los cielos y las vueltas había amasado muchos conocimientos,
a través de Enshar, sus conocimientos aumentaron grandemente; de todo ello aprendió mucho Alalu; con los
sabios discutía, a eruditos y comandantes consultaba. Así se determinaron los conocimientos del Principio, así
poseyó Alalu estos conocimientos. El oro en el Brazalete Repujado era la confirmación, el oro en el Brazalete
Repujado era el indicio del oro en la Parte Superior de Tiamat.
Y al planeta del oro llegó Alalu victoriosamente, con un choque atronador de su carro. Con un rayo, exploró el
lugar, para descubrir sus alrededores; su carro descendió en tierra seca, al filo de amplias tierras pantanosas
aterrizó.
Se puso un casco de Águila, se puso un traje de Pez.
Abrió la portezuela del carro; ante la portezuela abierta se detuvo para asombro.
Oscuro era el suelo, azul-blanco eran los cielos; no había sonidos, nadie que le ofreciera la bienvenida.
¡Estaba solo en un planeta extraño, quizás exiliado para siempre de Nibiru!
Bajó a tierra, sobre el oscuro suelo puso el pie; había colinas en la distancia; en las cercanías, había mucha
vegetación.
Ante él, había tierras pantanosas, en ellas se introdujo; con el frío de sus aguas se estremeció.
¡Volvió al suelo seco; estaba solo en un planeta extraño! Se vio poseído por sus pensamientos, esposa y
descendientes con nostalgia recordaba; ¿estaría exiliado de Nibiru para siempre?, se preguntaba esto una y
otra vez.
No tardó en volver al carro, con alimento y bebida para mantenerse. Después, le venció un profundo sueño,
una poderosa ensoñación. Cuánto tiempo estuvo durmiendo, no podía recordarlo; tampoco podía decir qué le
había despertado.
Fuera había mucho resplandor, un resplandor nunca visto en Nibiru. Extendió un palo desde el carro; con un
Probador estaba equipado. El Probador respiró el aire del planeta; ¡indicó su compatibilidad! Abrió la portezuela
del carro, con la portezuela abierta tomó aire. Otra vez tomó aire, y otra y otra; ¡ciertamente, el aire de Ki era
compatible!
Alalu aplaudió, se puso a cantar una alegre canción. Sin el casco de Águila, sin el traje de Pez, bajó hasta el
suelo. ¡El resplandor del exterior era cegador; los rayos del Sol lo abrumaban! Volvió al carro, se puso una
máscara para los ojos. Tomó el arma portátil, asió el práctico Tomador de Muestras. Bajó a tierra, sobre el
oscuro suelo puso el pie. Se encaminó hacia los cenagales; oscuras y verdosas eran las aguas. En el borde de
la ciénaga había guijarros; Alalu tomó un guijarro, lo arrojó a la ciénaga.
Sus ojos vislumbraron un movimiento en la ciénaga: ¡las aguas estaban llenas de peces!
Introdujo el Tomador de Muestras en la ciénaga, para considerar las turbias aguas; el agua no era adecuada
para beber, descubrió Alalu muy decepcionado. Se alejó de las ciénagas, y fue en dirección a las colinas. Pasó
a través de la vegetación; los arbustos daban paso a los árboles.
El lugar era como un huerto, los árboles estaban cargados de frutos.
Seducido por su dulce aroma, Alalu tomó una fruta; se la puso en la boca.
¡Si dulce era su aroma, más dulce era su sabor! Alalu se deleitó enormemente.
Alalu caminaba evitando los rayos del Sol, dirigiéndose hacia las colinas.
Entre los árboles, sintió humedad bajo sus pies, una señal de aguas cercanas.
Puso rumbo en dirección a la humedad; en mitad del bosque había un estanque, una laguna de aguas
silenciosas.
Sumergió el Tomador de Muestras en la laguna, ¡el agua era buena para beber!
Alalu rió; una risa sin fin hizo presa en él.
¡El aire era bueno, el agua era apta para beber; había fruta, había peces!
Entusiasmado, Alalu se agachó, juntó las manos haciendo un cuenco, llevó agua hasta su boca.
El agua tenía frescura, un sabor diferente del agua de Nibiru.
Bebió una vez más y luego, asustado, dio un salto: podía escuchar un bisbiseo; ¡un cuerpo se deslizaba por la
orilla de la laguna!
Aferró el arma portátil, dirigió una ráfaga de su rayo hacia lo que silbaba.
Lo que se movía se detuvo, el silbido terminó.
Alalu se adelantó para examinar el peligro.
18
El cuerpo que se deslizaba estaba inmóvil; la criatura estaba muerta, una visión de lo más extraña: su largo
cuerpo era como una cuerda, sin manos ni pies era el cuerpo; había ojos fieros en su pequeña cabeza, fuera
de la boca colgaba una larga lengua.
¡Algo que nunca antes había visto en Nibiru, una criatura de otro mundo!
¿Sería el guardián del huerto?, meditó Alalu para sí mismo. ¿Sería el dueño del agua?, se preguntó.
Puso agua en un recipiente que llevaba; muy alerta, reemprendió el camino hasta su carro.
También tomó las frutas dulces; hacia el carro se encaminó.
La brillantez de los rayos del Sol había disminuido enormemente; era oscuro cuando llegó al carro.
Alalu reflexionó sobre la brevedad del día, su brevedad le sorprendió.
Sobre los pantanos, una fría luminosidad se elevaba en el horizonte.
No tardó en elevarse en los cielos una esfera blanquecina:
Kingu, el compañero de la Tierra, estaba contemplando.
Lo que en los relatos del Principio, sus ojos podían ver ahora la verdad: los planetas y sus vueltas, el Brazalete
Repujado, Ki, la Tierra, Kingu, su luna, ¡todos fueron creados, todos por sus nombres llamados!
En su corazón, Alalu conocía una verdad más que era necesario contemplar: el oro, el medio para la salvación,
era necesario encontrarlo.
Si había verdad en los relatos del Principio, si fueron las aguas las que lavaron las venas doradas de Tiamat,
¡en las aguas de Ki, su mitad cercenada, se encontraría el oro!
Con manos vacilantes, Alalu desmontó el Probador del palo del carro.
Con manos temblorosas, se puso el traje de Pez, esperando ansioso la rápida llegada de la luz diurna.
Al nacer el día, salió del carro, a los pantanos rápidamente se encaminó.
Se introdujo en aguas más profundas, sumergió el Probador en las aguas.
Ansioso observaba su iluminada faz, el corazón le golpeaba en el pecho.
El Probador indicaba los contenidos del agua, con símbolos y números desvelaba sus hallazgos.
Y, después, el latido del corazón de Alalu se detuvo: ¡Hay oro en las aguas, estaba diciendo el Probador!
Inestable sobre sus piernas, Alalu se adelantó, se dirigió hacia lo más profundo del pantano.
Una vez más, sumergió el Probador en las aguas; ¡una vez más, el Probador anunció oro!
Un grito, un grito de triunfo, de la garganta de Alalu emanó: ¡la suerte de Nibiru estaba ahora en sus manos!
De vuelta al carro se dirigió, se quitó el traje de Pez, ocupó el asiento del comandante.
Animó las Tablillas de los Destinos que conocen todas las vueltas, para encontrar la dirección hacia la vuelta
de Nibiru.
Levantó el Hablador de Palabras, para llevar las palabras a Nibiru.
Después, hacia Nibiru pronunció las palabras, diciendo así: Las palabras del gran Alalu hacia Anu en Nibiru se
dirigen. ¡En otro mundo estoy, he encontrado el oro de la salvación; la suerte de Nibiru está en mis manos;
debes escuchar mis condiciones!
Sinopsis de la Tercera Tablilla
Alalu transmite las noticias a Nibiru, reclama la realeza Anu, asombrado, plantea el asunto ante el consejo real
Enlil, el Hijo Principal de Anu, sugiere una verificación in situ Ea, el Primogénito de Anu y yerno de Alalu, es
elegido en cambio
Ea equipa con ingenio el barco celestial para el viaje
La nave espacial, pilotada por Anzu, lleva a cincuenta héroes
Superando los peligros, los nibiruanos se estremecen ante la visión de la Tierra
Dirigidos por Alalu, amerizan y ganan la costa Eridú, Hogar Lejos del Hogar, se tunda en siete días
Comienza la extracción de oro de las aguas
Aunque la cantidad es minúscula, Nibiru exige la entrega
Abgal, un piloto, elige la nave espacial de Alalu para el viaje
Se descubren armas nucleares prohibidas en la nave espacial
Ea y Abgal sacan las Armas de Terror y las ocultan
Conexión Tierra-Marte (representación hacia el 2500 a.C.)
LA TERCERA TABLILLA
¡La suerte de Nibiru está en mis manos; mis condiciones debes escuchar!
Ésas fueron las palabras de Alalu, de la oscura Tierra a Nibiru las transmitió el Hablador.
Cuando las palabras de Alalu a Anu, el rey, le fueron comunicadas,
Anu se asombró; se asombraron también los consejeros, los sabios quedaron sorprendidos.
¿Alalu no está muerto?, se preguntaban entre sí. ¿Es que podía estar vivo en otro mundo?, se decían con
incredulidad.
¿No se había ocultado en Nibiru, habiendo ido con el carro hasta un lugar ignoto?
Se convocó a los comandantes de los carros, los sabios reflexionaron sobre las palabras transmitidas.
Las palabras no llegaron desde Nibiru; se dijeron desde más allá del Brazalete Repujado, ésta fue su
conclusión, y esto se le reportó al rey, Anu.
19
Anu quedó aturdido; reflexionó sobre lo sucedido.
Que se le envíen palabras de reconocimiento a Alalu, dijo a los reunidos.
En el Lugar de los Carros Celestiales se dio la orden, a Alalu palabras le fueron dichas: Anu, el rey, te envía
sus saludos; se complace en saber que te encuentras bien; no había razón para que te fueras de Nibiru, en el
corazón de Anu no hay enemistad; Si realmente has encontrado el oro de la salvación, ¡que Nibiru se salve!
Las palabras de Anu llegaron al carro de Alalu; Alalu las respondió con rapidez:
Si vuestro salvador he de ser, para vuestras vidas salvar, convocad a los príncipes en asamblea, ¡declarad
suprema mi ascendencia!
¡Que los comandantes me conviertan en su líder, que se inclinen ante mis órdenes!
¡Que el consejo me nombre rey, para sustituir a Anu en el trono! Cuando las palabras de Alalu se escucharon
en Nibiru, grande fue la consternación. ¿Cómo se podía deponer a Anu?, se preguntaban los consejeros. ¿Y si
no era cierto lo que contaba Alalu? ¿Y si era una artimaña? ¿Dónde está su asilo? ¿De verdad ha encontrado
oro? Reunieron a los sabios, pidieron el consejo de los doctos e instruidos. El más anciano de ellos habló: ¡Yo
fui el maestro de Alalu!, dijo. Él había escuchado con atención las enseñanzas del Principio, de la Batalla
Celestial había aprendido; del monstruo acuoso Tiamat y de sus venas doradas adquirió conocimientos;
si realmente ha ido más allá del Brazalete Repujado, ¡en la Tierra, el séptimo planeta, está su asilo!
En la asamblea, un príncipe tomó la palabra; era un hijo de Anu, del vientre de Antu, la esposa de Anu, había
surgido.
Enlil era su nombre, que quiere decir Señor del Mandato. Palabras de cautela estaba pronunciando: Alalu no
puede hablar de condiciones. Las calamidades fueron su obra, y perdió el trono en combate singular.
Si es cierto que ha encontrado oro en Tiamat, hacen falta pruebas de ello; ¿habrá suficiente oro para proteger
nuestra atmósfera? ¿Cómo lo traeremos hasta Nibiru a través del Brazalete Repujado? Así habló Enlil, el hijo
de Anu; y otras muchas preguntas formuló también. Muchas pruebas hacían falta, muchas respuestas se
precisaban, coincidieron todos. Se le transmitieron a Alalu las palabras de la asamblea, una respuesta se
exigió.
Alalu ponderó el mérito de las palabras, y accedió a transmitir sus secretos; de su viaje y sus peligros hizo en
verdad relato.
Del Probador sacó el cristal de sus entrañas, del Tomador de Muestras sacó su corazón de cristal; Insertó los
cristales en el Hablador, para transmitir todos los hallazgos.
¡Ahora que se han entregado las pruebas, declaradme rey, inclinaos ante mis órdenes!, exigió severamente.
Los sabios se horrorizaron; ¡con Armas de Terror, Alalu causaría más estragos en Nibiru, con Armas de Terror
un sendero había abierto a través del Brazalete!
En el momento Nibiru pase en su vuelta por esa región, ¡Alalu está amasando calamidades!
En el consejo había mucha consternación; alterar la realeza era, ciertamente, un asunto grave.
Anu no sólo era rey por ascendencia: ¡había alcanzado el trono en justa lid!
En la asamblea de los príncipes, un hijo de Anu se levantó para hablar.
Era sabio en todas las materias, entre los sabios se le reconocía.
De los secretos de las aguas era un maestro; E.A, Aquel Cuyo Hogar Es el Agua, era llamado.
De Anu era el Primogénito; con Damkina, la hija de Alalu, estaba casado.
Mi padre por nacimiento es Anu, el rey, dijo Ea; Alalu, por matrimonio, es mi padre.
Llevar al unísono los dos clanes fue la intención de mis desposorios;
¡Dejadme ser el que traiga la unidad en este conflicto!
¡Dejadme ser el emisario de Anu ante Alalu, dejadme ser el que dé soporte a los descubrimientos de Alalu!
Dejad que vaya en viaje a la Tierra en un carro, trazaré un sendero a través del Brazalete con agua, no con
fuego.
En la Tierra, dejad que obtenga de las aguas el precioso oro; a Nibiru se enviará de vuelta.
Que Alalu sea rey en la Tierra, un veredicto de los sabios esperar: si Nibiru se salva, que haya una segunda
lucha; ¡que ésta determine quién gobernará Nibiru! Los príncipes, los consejeros, los sabios, los comandantes
escucharon las palabras de Ea con admiración; estaban llenas de sabiduría, pues encontraban solución al
conflicto. ¡Que así sea!, anunció Anu. Que parta Ea, que se ponga a prueba el oro.
¡Lucharé con Alalu por segunda vez, que el vencedor sea rey de Nibiru!
Se le transmitieron a Alalu las palabras de la decisión;
Éste las ponderó y accedió: ¡Que Ea, mi hijo por matrimonio, venga a la Tierra! ¡Que se obtenga oro de las
aguas, que se ponga a prueba para la salvación de Nibiru; que una segunda lucha por la realeza se salde entre
Anu y yo! ¡Así sea!, decretó Anu en la asamblea.
Enlil hizo una objeción; la palabra del rey era inalterable.
Ea fue al lugar de los carros, con comandantes y sabios consultó. Contempló los peligros de la misión,
consideró cómo extraer y traer el oro. Estudió con detenimiento la transmisión de Alalu, y pidió a Alalu más
pruebas de los resultados. Diseñó una Tablilla de Destinos para la misión. Si el agua fuera la Fuerza, ¿dónde
se podría repostar? ¿Dónde, en el carro, se almacenará? ¿Cómo se convertirá en Fuerza? Toda una vuelta de
Nibiru pasó con las reflexiones, un Shar de Nibiru pasó en los preparativos.
Se ha preparado el carro celestial más grande para la misión, se ha calculado su destino de vuelta, una Tablilla
de Destino se ha fijado con firmeza; ¡cincuenta héroes harán falta para la misión, para viajar a la Tierra y
obtener el oro!
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